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· DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·

Ronda, 12 de diciembre de 2024

Francisco Montes

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Toreros Históricos en la Plaza de toros de Ronda (XXXII). Manuel Trigo, el torero asesinado

El pequeño Manuel, nacido hacia 1818, quedó a cargo de una madre pobre y con el único sustento de sus dos hermanas costureras. El niño se convirtió en un vagabundo por las calles del barrio del Arenal y los muelles del río. El cronista Velázquez y Sánchez, que lo trató, cuenta que se familiarizó “con los espectáculos inmorales de aquellos sitios”, ambiente de “costumbres depravadas entre barateros, prostitutas, jugadores, floristas, rateros, vagos y demás especies de la familia inmunda”.

Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (XVIII): Manuel Domínguez Desperdicios, el torero aventurero (II)

Cuando la fragata “Amalia” llega a Cádiz en mayo de 1852, al regreso de sus correrías sudamericanas, Manuel Domínguez tiene 36 años. Ha pasado dieciséis fuera de su país, y en ese tiempo bajo el reinado de Isabel II se han sucedido treinta y dos gobiernos en una frenética secuencia de alternancias y pronunciamientos. Dominguez, ajeno a estos vaivenes, comprueba que casi nadie se acuerda de él. Incluso le llaman “el americano”. Está decidido a recuperar su profesión, y para encontrar algún apoyo visita a un antiguo alumno de la Escuela de Tauromaquia como él, Francisco Arjona Herrera Cúchares, que en ese momento está instalado en lo alto del escalafón junto a José Redondo el Chiclanero, cumbre que había dejado vacía la muerte de Antonio Montes el año anterior. Su compañero de la adolescencia lo recibe con suma frialdad, no se le había olvidado que el reaparecido había acabado mal con Juan León, el que fuera su protector y maestro. Le dice, con algo que se puede entender como menosprecio, que se busque la vida en plazas de pueblo. Pocos años después compartiría cartel, e incluso Dominguez le daría la alternativa al hijo de Cúchares.

Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (XI). Francisco Montes, Paquiro, el torero crucial (III)

Cuando Alejandro Dumas lo disfruta como espectador en los festejos reales de 1846 en la Plaza Mayor de Madrid, la decadencia física de Paquiro ya había comenzado. Aquella ligereza de la que habla en su Tauromaquia como condición indispensable de un torero, junto al valor y al conocimiento, se iba perdiendo inexorablemente: “no se crea que la ligereza del torero consiste en estar siempre moviéndose de acá para allá de modo que jamás sienta los pies (…) La ligereza de la que hablo consiste en correr derecho con mucha celeridad, y volverse, pararse o cambiar de dirección con una prontitud grande”.

Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (X). Francisco Montes, Paquiro, el torero crucial (II)

Entonces tuvimos un espectáculo maravilloso: el de Montes capeando al toro. Querría poder explicarle, Madame, lo que es capear al toro; pero es cosa difícil de hacer comprender a quién no lo ha visto. Imagínese, Madame, un hombre sin más arma que un manto de seda, jugando con un animal furioso, haciéndolo pasar por su derecha, haciéndolo pasar por su izquierda, todo esto sin dar un solo paso, y viendo en cada pasada del toro cómo los cuernos rozan los adornos de plata de su chaleco. Es como para no entender nada, es como para creer en un encantamiento, en un amuleto, en un talismán”.

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