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Ronda, 7 de septiembre de 2024
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Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (XI). Francisco Montes, Paquiro, el torero crucial (III)

Cuando Alejandro Dumas lo disfruta como espectador en los festejos reales de 1846 en la Plaza Mayor de Madrid, la decadencia física de Paquiro ya había comenzado. Aquella ligereza de la que habla en su Tauromaquia como condición indispensable de un torero, junto al valor y al conocimiento, se iba perdiendo inexorablemente: “no se crea que la ligereza del torero consiste en estar siempre moviéndose de acá para allá de modo que jamás sienta los pies (...) La ligereza de la que hablo consiste en correr derecho con mucha celeridad, y volverse, pararse o cambiar de dirección con una prontitud grande”.

Cuando Alejandro Dumas lo disfruta como espectador en los festejos reales de 1846 en la Plaza Mayor de Madrid, la decadencia física de Paquiro ya había comenzado. Aquella ligereza de la que habla en su Tauromaquia como condición indispensable de un torero, junto al valor y al conocimiento, se iba perdiendo inexorablemente: “no se crea que la ligereza del torero consiste en estar siempre moviéndose de acá para allá de modo que jamás sienta los pies (…) La ligereza de la que hablo consiste en correr derecho con mucha celeridad, y volverse, pararse o cambiar de dirección con una prontitud grande”.

Los continuos viajes atravesando España en las penosas condiciones de la época (las diligencias de viajeros tenían un promedio de 15 km a la hora por caminos “inverosímiles”, como los definió Teophile Gautier), los percances y revolcones, algunos de los excesos que eran corrientes a los de su profesión y una inclinación por el aguardiente, motivada quizás por desavenencias matrimoniales según los rumores que circulaban, acabaron por hacer mella.  De ello se hace eco el historiador Velázquez y Sánchez, que lo trató: “Buscaba distracción y hasta embote de sus fatigas en las bebidas alcohólicas; prefiriendo el aguardiente que tanto destruye la naturaleza de quien se deja arrastrar por su excitante virtud y tónicos efectos”. Esta circunstancia se ha querido ver en el cuadro de Angel María Cortellini que se conserva en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, titulado “La despedida del torero”, en el que Paquiro parece rechazar un vaso que le ofrece una maja antes de una corrida.

Francisco Montes “Paquiro”, antes de una corrida. La despedida del torero (1847), de Ángel María Cortellini. Col. Carmen Thyssen Bornemisza

Añádase a esto su pérdida de visión, por la que se vería obligado a llevar lentes. Se cuenta que ese mismo año de 1846, en una reunión previa a una corrida en Sevilla, el conde de la Nava le felicitó por su actuación de Madrid. Montes reconoció su estado:

– Ya no estoy para esa briega, señor conde, y es muy triste para los hombres acostumbrados a cumplir que no alcancen las fuerzas adonde se extiende la voluntad.

Ya rechazaba numerosos contratos, reduciendo sus apariciones a  Andalucía y algunas plazas del norte. En septiembre de 1848, convocado por los duques de Montpensier para torear en Sevilla junto a Cúchares y Redondo, se reunió en la fonda del Rezo con el indomable Juan León, retirado (aunque tendría que volver dos años después por penuria económica), y al que siempre guardó un especial respeto.

– Compadre, usted me ha dado el ejemplo y no tardaré en seguirlo – le confesó a León -. Ahí queda nuestro terreno sembrado, y que los niños recojan la cosecha, si pueden y saben.

Su carrera de “triunfos y ovaciones sin límite” llegaba a su ocaso, era de dominio público que sus condiciones no eran las de antaño. El cartel de esa corrida lo advertía: “ El célebre Francisco Montes, de Chiclana, que sin embargo del mal estado de su vista, y de estar casi inútil de la mano derecha, se ha prestado gustoso a hacer lo que pueda, en obsequio del objeto a que se dedica la función”.

En 1849 rechazó todos los contratos que le ofrecieron. Refugiado en Chiclana quiso dedicarse a otro negocio y compró una bodega, compromiso que le obligó, en busca de capitalización, a retornar a los ruedos. Aceptó en 1850 ofertas de Madrid, Sevilla y La Coruña, adonde llegó por vía marítima para complacer a Isabel II, plazas en las que volvió a “coronarse de laureles” a pesar de su menoscabo físico. De regreso a Madrid para otra función, la evidencia de su estado llevó a un cronista de la época a recomendar que no se viera obligado a matar ningún toro si no le complacía, ya que su sola presencia como director de lidia era suficiente para el público.

El escritor Wenceslao Ayguals de Izco, testigo de sus hazañas, resaltaba que “la necesidad de mantener a todo trance su colosal reputación” después de tantos años de batallas en los ruedos le impedía una fuga desordenada para salir de un aprieto. “Por esto se le ve siempre impávido sin huir jamás, sin tomar nunca el olivo. He aquí porque creemos que en todas las corridas está Montes en inminente peligro”.

La inestabilidad política era moneda corriente en la “Corte de los milagros”, se había sofocado el levantamiento carlista en Cataluña y discurría la década moderada bajo el gobierno del general Narváez, cuando el 21 de julio de 1850 en Madrid tuvo lugar el incidente que precipitaría un prolongado y fatal desenlace. Se dispone de la crónica de la revista El Clarín que relata con precisión lo acontecido. A la lorquiana hora de las cinco de la tarde salió de chiqueros el primer toro de la corrida. Rumbón, retinto, de siete años, de la ganadería de Don Manuel de la Torre y Rauri. Su estampa prometía mejor juego del que dió, rehuyendo los encuentros con los caballos, y después de tomar sólo dos varas el presidente ordenó que lo adornaran con tres pares de banderillas de fuego.

Señala el cronista que Montes fue hacia la fiera con su habitual arrogancia, aunque con paso lento.

El toro había desarrollado sentido, y se defendía aquerenciado en tablas, “haciendo más por el bulto que por los capotes”. Después de un pase al natural, y otro de pecho, defensivo, “quedándose bien corto y parado para el segundo al natural, que al dárselo lo enganchó el animal por la parte superior de la pantorrilla izquierda junto al atadero de la liga”. El toro lo arrastró varios metros dejándolo muy maltrecho, por lo que tuvo que retirarse para que su paisano José Redondo se hiciera cargo. La única representación de la escena que se conoce la encontró Cabrera Bonet en las páginas de The Illustrated London News, otro indicio de la fama internacional del chiclanero.

The Illustrated London News. Bull-Fight, Madrid-accident to Montes, Matador, 1850

Se le practicaron las curas que eran habituales en ese tiempo, sangrías incluidas, deficientes en lo relativo a procesos infecciosos. Cuando pudo moverse se retiró a Chiclana en septiembre, sin recuperarse del todo. El 4 de abril de 1851 falleció de “calenturas malignas” según el informe del entierro, fiebres derivadas de lo que debió ser una septicemia agravada por su estilo de vida. La noticia conmovió a toda la sociedad en general. Fue enterrado en el cementerio de su pueblo, con asistencia de diez hermandades y doble general de campanas mientras seis toreros “en triste silencio” llevaban a pulso el ataúd.

Bibliografía

R. Cabrera Bonet. Francisco Montes “Paquiro”, la revolución necesaria. Datos biográficos. Universidad San Pablo CEU, Madrid, 2004.

R. Cabrera Bonet. Novedades en torno al principio y fin de Francisco Montes Paquiro. 10 años del Museo Municipal Fco. Montes Paquiro. Chiclana 2003-2013; Museo Municipal Francisco Montes Paquiro, Chiclana (Cádiz), 2013.

VV. AA. Paquiro en su segundo centenario. Revista de Estudios Taurinos num 21, marzo 2006. Fundación de Estudios Taurinos, Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Universidad de Sevilla.

Montes, Francisco (Paquiro) (1994) [1836]: Tauromaquia Completa o sea el Arte de Torear en Plaza, ed. y pról. de Alberto González Troyano, Madrid, Turner.

J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

Velázquez y Sánchez.  Anales del toreo.  Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.

Antonio García-Baquero. Razón de la tauromaquia. Obra taurina completa. (Pedro Romero de Solís, coord). Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Fundación de Estudios Taurinos, Universidad de Sevilla, 2008.

Nestor Luján. Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954.N. Rivas Santiago.Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987)

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