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· DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·

Ronda, 18 de abril de 2024
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Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (XXVII). Francisco González «Panchón», discípulo de los Romero

Fue el primer torero cordobés que alcanzó cierto relieve. Con doce o trece años actuó en la arena de Ronda, a las órdenes de Pedro Romero. Nacido en 1784, en los últimos años del reinado de Carlos III, desde pequeño demostró grandes virtudes en el trato con reses bravas en la corraleja del matadero, hasta el punto de llamar la atención de un personaje singular, el vizconde de Sancho Miranda. Este caballero, que alanceaba toros y ejecutaba la suerte suprema de una manera que admiraba el propio Pedro Romero, y que llegó a criar un toro bravo en su palacio, fue quien se lo recomendó al maestro, que en aquel tiempo, auspiciado por la Real Maestranza, mantenía una escuela en la casa de matanza rondeña para formar a jóvenes como banderilleros y peones. Hacia 1793 incluyó a aquel joven ágil y fuerte para las funciones de la feria de Ronda. Ese mismo año eran guillotinados Luis XVI y María Antonieta y se declaraba la guerra del Rosellón entre Francia y España.

Fue el primer torero cordobés que alcanzó cierto relieve. Con doce o trece años actuó en la arena de Ronda, a las órdenes de Pedro Romero. Nacido en 1784, en los últimos años del reinado de Carlos III, desde pequeño demostró grandes virtudes en el trato con reses bravas en la corraleja del matadero, hasta el punto de llamar la atención de un personaje singular, el vizconde de Sancho Miranda. Este caballero, que alanceaba toros y ejecutaba la suerte suprema de una manera que admiraba el propio Pedro Romero, y que llegó a criar un toro bravo en su palacio, fue quien se lo recomendó al maestro, que en aquel tiempo, auspiciado por la Real Maestranza, mantenía una escuela en la casa de matanza rondeña para formar a jóvenes como banderilleros y peones. Hacia 1793 incluyó a aquel joven ágil y fuerte para las funciones de la feria de Ronda. Ese mismo año eran guillotinados Luis XVI y María Antonieta y se declaraba la guerra del Rosellón entre Francia y España.

Un hecho notable de Francisco González (Panchón), por Ubaldo Bordanova. “La lidia: revista taurina”. Año 3, n. 32, 20 de octubre de 1884. Biblioteca-RMR

Al retirarse Pedro de los ruedos en 1799, Panchón siguió ligado a la familia como banderillero de su hermano José, que también dio cobijo en su cuadrilla a un joven y apuesto gitano de Arcos de la Frontera, de nombre José Ulloa, al que su hermano y rival no veía con buenos ojos. Con José actuaron en todas las corridas en las que fue contratado hasta que la muerte de Antonio Romero en Granada en 1802 provocó que se retirara de la lidia. La prohibición de celebrar corridas de toros de Carlos IV fue un contratiempo, pero con la llegada de José Bonaparte, a Panchón, que ya por entonces demostraba un valor y una fuerza física fuera de lo común, no le faltó trabajo, ascendiendo a la categoría de media espada, como aparece en la corrida celebrada en 1814 en Sevilla junto a un diestro sevillano menor, José María Inclán, que según ciertos datos le concede la alternativa en Córdoba un año después.

El retorno de Fernando VII provocó que se celebraran numerosas corridas en provincias. En Málaga se ajustaron tres corridas con Panchón, que gozaba de gran crédito en plazas andaluzas. El cordobés se acordó de su antiguo compañero, José Ulloa, que había subido también de categoría acompañando a su vez al menos dotado de la saga de los Romero, Gaspar. Gonzalez le comunicó que contaba con él como segundo espada, y le pidió que se pusiera en camino hacia Málaga a la mayor rapidez posible.

En este punto, conviene aclarar que José Ulloa era conocido como Tragabuches, apodo heredado de su padre al parecer por haber comido un buche, borrico recién nacido. Cuando Panchón lo reclama, Ulloa, que no era capaz de conseguir contratos por razones de su carácter, alternaba su oficio con el de contrabandista de tejidos que luego su mujer, hermosa bailaora gitana conocida como la Nena vendía en las mejores casas de Ronda.

Ulloa se dispuso a poner rumbo a Málaga, envió su equipaje por delante con un trajinero y compró un caballo para partir al día siguiente, según relata Velázquez y Sánchez. En una noche de luna clara emprendió la ruta hacia la venta donde le esperaban Panchón y su cuadrilla. A tres leguas de Ronda el caballo tropezó y Ulloa se estrelló contra el suelo, con tan mala fortuna que se le dislocó un brazo. Resentido por la costalada, regresó maltrecho a su casa. Allí sorprendió a la Nena con un joven amante, al que degolló antes de arrojar por la ventana a su pareja, que murió en el acto. Ulloa se dio a la fuga y así comenzó la leyenda de uno de los más sanguinarios bandoleros, El Gitano, al que se le adjudica que fuera el propio Ulloa y formara parte de la famosa banda de los Siete Niños de Écija. Nunca se supo nada más de él. De esta forma se perdió un torero que contaba con los mejores auspicios y al que se le puede considerar antecedente de la torería gitana.

Panchón, por su parte, no dejó de crecer, ganándose el respeto de públicos y compañeros por su desmedido valor, su carácter formal, sus estoconazos temibles y su enorme fuerza. Alternó con los mejores diestros del momento, como Curro Guillén, Antonio Ruiz el Sombrerero, con quien se presentó en Madrid en 1820, y con Jiménez el Morenillo. Conocida es su amistad con Manuel Lucas Blanco, al que llevó durante un tiempo en su formación, aquel trueno de filiación absolutista que acabó siendo ejecutado por matar en una reyerta a un isabelino.

De Panchón, heredero como discípulo de la escuela rondeña, cargada de sobriedad, destacaban sobre todo sus temeridades “con un corazón nacido para ver de cerca el peligro sin sobresaltarse” y la violencia de su estoque. De su fuerza, por la que llegó a llamársele “Hércules del toreo”, quedó registrada una hazaña en Madrid en 1828; le había correspondido en tercer lugar un toro de la ganadería de Domínguez Ortiz, de Utrera, que recibió veinte puyazos, derribó seis veces y mató tres caballos y al que solo le pudieron poner un par de banderillas antes de que Panchón con escueto trasteo le endosara una estocada baja. Aquel demonio hizo caso omiso de la rueda de peones y banderilleros y llegó a arrinconar contra las tablas al cordobés, que detuvo la embestida sujetándolo por los cuernos para zafarse de la cogida. Esta demostración de sin par fortaleza asombró a Fernando VII, que lo convocó a su palco para concederle la merced que quisiera.

Toreando en Cádiz un año después sufrió una herida que lo apartó transitoriamente de los ruedos. No ganaban mucho los toreros en aquellos tiempos broncos, así que aprovechó la oferta real para colocarse como administrador de sales y como conductor de correos, hasta que fue cesado y se vio obligado a volver a las plazas en 1836 para mantener a su familia. Mermado de facultades y de gracia torera, por la que nunca se distinguió, no le fue fácil conseguir corridas. Su corpulencia se vio asaltada por una tendencia al sobrepeso, lo que limó su anterior ligereza, y en 1842, toreando en la plaza de Hinojosa, sufrió una grave cornada en el vientre de la que no llegó a recuperarse. Falleció en Córdoba en 1843. Su nombre queda registrado como precursor de las grandes figuras que daría su ciudad en épocas posteriores.

Bibliografía

José P. de Guzmán. Toreros cordobeses. Imp. Diario de Córdoba, 1870, Córdoba.

J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

J. Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

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