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Ronda, 5 de diciembre de 2024
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Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (XVI): Juan Martín la Santera

Durante uno de los festejos de la feria de mayo de 1864 salió a la arena de Ronda el toro más bravo que se haya lidiado en la historia de la plaza. Marismeño, de la ganadería de doña Dolores Monge, que tomó cincuenta y una varas y mató once caballos, proeza que no ha sido superada en este coso. El diestro que se enfrentó a tan formidable animal fue el sevillano Juan Martín la Santera, de 54 años, que se retiraría de los ruedos dos temporadas después. No era la primera vez que actuaba en Ronda.

Durante uno de los festejos de la feria de mayo de 1864 salió a la arena de Ronda el toro más bravo que se haya lidiado en la historia de la plaza. Marismeño, de la ganadería de doña Dolores Monge, que tomó cincuenta y una varas y mató once caballos, proeza que no ha sido superada en este coso. El diestro que se enfrentó a tan formidable animal fue el sevillano Juan Martín la Santera, de 54 años, que se retiraría de los ruedos dos temporadas después. No era la primera vez que actuaba en Ronda.

Juan Martín nació en una amplia morada del muy taurino barrio sevillano de San Bernardo en 1810, en una ciudad maltratada por la guerra de la Independencia. Según algunos, su familia era de acomodados labradores, otros señalan que el rico era su padrino, Juan del Pino, que al no tener descendencia se ocupó de él. Educado como los hijos de clases pudientes, creció despreocupado, “vivo de genio, de bella estampa, condición briosa, provisto de recursos para todas sus fantasías”, cuenta el cronista Velázquez y Sánchez, que añade que tuvo la suerte de no caer en manos de “esos tipos miserables de cortesanos ruines de la opulencia”, ni siquiera en “la corrupción de costumbres” que en su opinión representaban “la taberna, el garito y el lupanar”. Era entonces su barrio de gente acomodada, vinculada estrechamente al mundo taurino por su proximidad al matadero.

Juan Martín por Teodoro Arámburu. “Anales del toreo” de José Velázquez y Sánchez (Sevilla, 1868). Biblioteca-RMR.

Como tantos otros, Juan Martín comenzó también a practicar los lances, demostrando desde el principio una particular finura. El apodo con el que se le conocería, La Santera, parece vinculado a que su madre cuidaba de la ermita de San Sebastián en las cercanías del prado donde años después se instalaría la Feria. Cuando cumplía veinte años se abrió la Escuela de Tauromaquia de Sevilla dirigida por Pedro Romero y Gerónimo José Cándido, a la que acudió para inscribirse como alumno. Es allí donde se produce su encuentro con Francisco Montes Paquiro, con el que congenió rápidamente porque ambos tenían una cierta educación que los distinguía de los demás. En cartas de Cándido al protector de la Escuela, el conde de la Estrella, se ponderan sus cualidades: “ (…) es el único que yo conozco del que se pudiera sacar partido si su desgracia le trajese a ser torero: mozo que concurren en él todas las circunstancias necesarias, tiene buena figura, aunque no muy alto, y lo hace todo bien, torea de capa muy bien, es bastante ligero y todo lo hace con mucho arte”.

Generoso y desprendido, el joven Martín sufragó gastos de varias cuadrillas en plazas extremeñas y andaluzas, sin prisa alguna por pasar a ser primer espada. El menoscabo de la hacienda familiar (o de su padrino) hacia 1836 lo empujó a entregarse a su profesión. Debido a su calidad, y a su carácter “mirado y decoroso”, buen compañero, no le faltaron ofertas para integrarse en alguna formación, como las de Juan León, Cúchares y Juan Pastor. Ya en 1840 aparece como primer espada en Sevilla junto a León, que le da la alternativa. En 1845, debido a una serie de buenas actuaciones, le tientan en Madrid para contratarlo para la temporada, pero prefiere acompañar a Montes como su segundo para recorrer triunfalmente todas las plazas de la Península.

Ese mismo año actúan dos tardes en Ronda. Paquiro y su fino peón se las tienen que ver en la segunda de ellas con un toro peligroso, con mucho sentido, hasta el punto de que Montes tiene que estoquearlo mientras Martín le ayuda con la capa para sacarlo del pilar donde se había refugiado, muy cerca del sitio de la tragedia de Curro Guillén en 1820. Ambos se abrazaron en medio de la plaza envueltos en una ovación atronadora. Paquiro se referiría a aquel trance diciendo después que “para una cuadrilla de toreros que sepan su obligación no hay toros de compromiso”.

Participaría como sexto espada en los festejos taurinos de Madrid por la doble boda de Isabel II y su hermana Luisa Fernanda con Francisco de Asís y el duque de Montpensier, celebrados en la Plaza Mayor de Madrid en 1846. Al retirarse Montes, actuó como primer espada ese mismo año alternando con Lucas Blanco en Sevilla. Salieron esa tarde seis fieras de Concha y Sierra, durante la que fueron descabalgados y heridos todos los picadores contratados. Por encargo de la presidencia, Martín ofreció tres mil reales a tres profesionales que se encontraban presenciando la corrida, que aprovechando la ocasión pidieron diez mil. No le quedó más remedio que enfrentarse con su capote a un toro que seguía entero por la falta de castigo, recibiendo una pedrada en la espalda al iniciar un lance por detrás, al modo de Pepe Hillo. Una parte del público sevillano se la tenía jurada a los toreros de Chiclana, y no le perdonaban a Martín su relación con Montes.

No dudó en acudir de nuevo a la llamada de su amigo cuando se vio obligado a regresar por motivos económicos. En 1851, cuando se produce la muerte de Montes, se apartó momentáneamente para montar un negocio de marchantería de ganado para el suministro de carne, aunque volvió poco después y se mantuvo en activo hasta 1866. Sencillo y noble, nunca tuvo prurito de figura aunque alternó en todas las plazas con los más destacados. Su técnica, segura y sosegada, le evitó grandes accidentes. Cuando se retiró, su toreo estaba muy alejado de la agitación que había iniciado Cúchares y continuaron después otros diestros desatados como Pepete y El Gordito, que gozaban del favor del público.

Pasó el resto de sus días en Sevilla, hasta su muerte el 10 de marzo de 1884.

Bibliografía

Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

J.M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

J. Sánchez de Neira. El toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. (Egartorre Libros, Madrid, 1989).

Rivas, Natalio. La Escuela de Tauromaquia de Sevilla y otras curiosidades taurinas. Ed. San Martín, 1939.

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