Preguntado Montes sobre quién era mejor, Redondo o Cúchares, respondió: “Como torero, Redondo; como matador de toros, Cúchares. Cúchares sabe lo que ni José ni yo hemos llegado a saber”. Frente al toreo sereno, reposado y de clase de su gran rival, el garboso Chiclanero, Arjona oponía una viveza y una alegría repleta de recursos, sacando partido al uso de la muleta como no se había visto antes. El que fuera jovencito “mañoso” e intuitivo se complacía en exhibir su conocimiento de las intenciones de las reses y se adornaba siempre con floreos muy alejados de la doctrina que le habían impartido sus rondeños profesores. En este sentido, el que lo había apadrinado, Juan León, lamentaba que sus sobresalientes cualidades derivaran en modos que desprestigiaban la profesión: “En lugar de darse la importancia que puede y debe como espada y como torero, juguetea con los bichos de trapío y pujanza, haciendo creer que son chotos (…) Por ese hombre ni pasa el tiempo ni roza la experiencia, y siempre es Currito, queriendo torear reses por diversión, y de todos modos y en todas partes”.
Los comentaristas más severos se inclinaron siempre por Redondo. En un folleto madrileño de semblanzas de toreros de 1845, se decía de Cúchares: “Matador de tronío y torero atronado. Salta, brinca, corre, capea, banderillea, mata, descabella, adora, saluda y zapatillea a los toros”. Aquejado de distensión en los músculos de una rodilla, mal atendida, sus críticos decían que exageraba la lesión cuando se enfrentaba a Redondo, “el Aquiles de su profesión”. Tras su temprana muerte, el gran Manuel Domínguez tiró de socarronería: “En cuanto murió Redondo, se le quitó a Curro la cojera”. Lo cierto es que la sufrió a lo largo de su carrera, instalado en lo alto del escalafón, derivando sus grandes cualidades en un toreo de ventaja, según los entendidos, “falsificando los trances tauromáquicos”, sin autoridad suficiente para ser director de las lidias que transcurrían desordenadas bajo su mando, alargándolas “para alegrar la función”, como él mismo decía, con todo tipo de monerías y ocurrencias. En Ronda toreó varias veces, entre las que destacan la corrida del 20 de mayo de 1853 en la que lidia un toro que recibe 22 varas y mata 12 caballos, y otra de la feria de mayo de 1865, cuando cede la muerte de su primer toro a su hijo Francisco Arjona Reyes Currito.
Francisco Arjona Guillén (Cúchares) por Teodoro Arámburu. “Anales del toreo” de José Velázquez y Sánchez (Sevilla, 1868). Biblioteca-RMR.
A pesar del gran número de toros a los que se enfrentó, todos sus percances fueron de escasa gravedad. Su toreo era especial, único, sin base en precepto alguno, ni él sabía explicarlo, de modo que no podía ser transmitido. A pesar de que en su evolución sobraron marrullerías, con la muleta abrió un abanico de posibilidades futuras, origen de la expresión “el arte de Cúchares”. Expresivo y socarrón, su repertorio de frases célebres corrían como la pólvora en los mentideros. Cada vez que salía para la plaza, a su mujer le decía: “ Señá María, que esté lista la puchera, que güervo en cuanto se acabe la corrida”. A un espectador que le pedía que recibiera a un toro, le contestó: “Ca, hombre; lo que yo resibo es el parné”. Otras resumían sus preceptos: “Con los toros hay que diquelar mucho para cogerlos despreveníos”; “Las dudas ante los toros son las que dan las cornadas”; “Para los toros que se juyen, desarman o se cuelan, no se ha jecho el alpiste”. A pesar de su aparente seguridad, no dudaba en reconocer el peor momento: “El sonido de los clarines nos hace olvidar, por de pronto, donde se ata la faja”.
Vanidoso y engreído, sin embargo fue incuestionable la simpatía que despertaba por su carácter generoso, presto a socorrer a todo aquel al que pudiera echar una mano. Ventura y Rodríguez lo conocía bien y no le escatimó elogios: “Hijo sumiso, buen hermano, consorte cariñoso, afectuoso amigo, compañero obsequioso y franco, benévolo hasta la debilidad con sus inferiores y dependientes, inclinado a la protección de los desvalidos, accesible a todas las exigencias”. Se conocen varias pruebas de su desprendimiento. Entre las más conocidas está la promoción de una corrida benéfica para los heridos, viudas y huérfanos que dejó la insurrección popular de julio de 1854 que pondría fin a la llamada década moderada. En 1860, al contemplar el desfile de soldados que partían a la guerra en Marruecos, se dirigió al general al mando en estos términos: “Mi general, no llevo nada encima, pero cuanto hay en mi casa es del ejército. Disponga usted, para alimentarle, de setecientas cabras, setenta cerdos, y algunas vacas, que es cuanto poseo, y luego de cuanto yo gane”. La más llamativa es la que tuvo con el que fuera presidente del gobierno, Juan Álvarez Mendizábal, enfermo y sin recursos, en 1853. Le visitó y sabiendo de las necesidades por las que pasaba el político, no dudó en ofrecerle su auxilio: “Señor don Juan, que aquí no se carezca de nada, que vengan cien médicos, que yo pago; y ahora no traigo más ¡caramba! Pero ahí queda eso y volveré”, se despidió después de dejar ocho mil reales debajo de la almohada.
Cúchares en una suerte de farol por José Chaves. “Anales del toreo” de José Velázquez y Sánchez (Sevilla, 1868). Biblioteca-RMR.
Quizá fuera el afán por aumentar su fortuna y seguir mostrando su generosidad lo que le impulsó a los sesenta años de edad a aceptar un sustancioso contrato para varias corridas en La Habana, ya en 1868, justo cuando estallaba la revolución que desembocaría en el destronamiento y exilio de Isabel II. Fueron inútiles los ruegos de su familia. Su hijo político, el torero Antonio Sánchez el Tato, utilizó un último argumento: “Pero padre, aún suponiendo que se libre usted del vómito y de los peligros de la lidia, ¿no considera usted que puede perecer ahogado?”. La contestación no se hizo esperar: “¿Se ajogó Colón?”.
Llegó a La Habana, pero el día anterior a la primera corrida sucumbió al temido “vómito negro” o fiebre amarilla, enfermedad endémica de Las Antillas, el 4 de diciembre de ese año. De sus restos se hizo cargo Francisco Sánchez Frascuelo. Los recibió en Cádiz su hijo Currito, y fueron depositados casi veinte años después en la iglesia de San Bernardo de Sevilla, cerca del matadero donde comenzó a forjarse su leyenda.
Bibliografía
J.M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.
J. Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.
N. Rivas. La Escuela de Tauromaquia de Sevilla y otras curiosidades taurinas. Ed. San Martín, 1939.
J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).
F. Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.
A. García-Baquero. Razón de la tauromaquia. Obra taurina completa. (P. Romero de Solís, coord.). Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Fundación de Estudios Taurinos, Universidad de Sevilla, 2008.
N. Luján. Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954.
N. Rivas. Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987).
3 respuestas
EN ESTOS MOMENTOS EN QUE LA TAUROMAQUIA SE VE CUESTIONADA ,PIENSO QUE ES MUY RECOMENDABLE EL SABER NO SOLO DEL ARTE DEL TOREO SINO DE LOS PERSONAJES ,COSTUMBRES ,GASTRONOMÍA ,RITOS, ETC QUE APORTA A NUESTRA HISTORIA DICHO ARTE .
Muchas gracias, seguiremos descubriendo los toreros históricos que han pasado por la Plaza de Toros de Ronda.
Hace poco tiempo que he descubierto este blog y es de lo mejor y más serio que he leído o escuchado…después de mi padre.
En esta ocasión, tanto oír hablar de Cúchares y por fin entiendo el porqué.
Se siguen las entradas con la emoción de una buena lectura a la vez que se aprende y contextualiza la historia de la tauromaquia.
Enhorabuena y más se espera.