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· DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·

Ronda, 14 de noviembre de 2024
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La supervivencia de un monumento nacional

Mantener un monumento como la plaza de toros de Ronda a lo largo de 235 años, cuya importancia arquitectónica e histórica supera a la función para la que fue creada, ha sido y es un empeño de la Real Maestranza a lo largo de su existencia. Al natural desgaste de materiales y estructura por el paso del tiempo se añaden las vicisitudes históricas que le ha tocado vivir.

Mantener un monumento como la Plaza de Toros de Ronda a lo largo de 235 años, cuya importancia arquitectónica e histórica supera a la función para la que fue creada, ha sido y es un empeño de la Real Maestranza a lo largo de su existencia. Al natural desgaste de materiales y estructuras por el paso del tiempo se añaden las vicisitudes históricas que le ha tocado vivir.

Uno de los principales avatares que ha sufrido la Plaza ocurrió con la invasión napoleónica, que interrumpió la actividad ordinaria de funciones taurinas que se venían celebrando desde su inauguración en 1785, festejos benéficos organizados por el Cuerpo de la Maestranza, así como en las festividades señaladas, onomásticas, bodas reales, aniversarios de miembros de la Familia Real, etc.

No se tienen documentos que reflejen los desperfectos que ocasionó la ocupación como cuartel para las tropas, pero se presume que fueron numerosos a juzgar por un escrito de la propia Maestranza del 29 de septiembre de 1812 en el que se acuerda reconstruir la Plaza por estar «casi arruinada por los franceses». Si tenemos en cuenta la denuncia que realizó el torero Pedro Romero por los daños y robos en sus distintas propiedades y en su vivienda particular (camas, colchones, sábanas, almohadas, cubiertos, etc.), se puede tener una idea aproximada del estado en el que pudieron quedar la Plaza y sus dependencias.

En 1815 se reanuda la actividad con una corrida de toros, y un año después en un acta de la Real Maestranza se acuerda que «se proceda inmediatamente a empezar las obras que necesita la Plaza para ponerla en estado de solidez y firmeza», obras que se prolongaron hasta el año siguiente. A partir de entonces, se suceden los expedientes de reconocimiento arquitectónico como aval para la celebración de las corridas. Los arreglos necesarios son una permanente sangría para las cuentas. En 1825 «se procede al arreglo de los tejados por el estado ruinoso en el que se encontraban las maderas por los temporales, por lo que se solicita permiso al Ayuntamiento para cortar pinsapos de la sierra para aplicar la madera a la obra.

Proyecto de restauración de la Plaza de Toros presentado por el ingeniero civil Carlos Lamiable. Ronda, 1880. Archivo RMR 

Las intervenciones tienen efecto también sobre la construcción de un picadero en 1845, para evitar el desgaste de la Plaza, obras que por falta de fondos se prolongan en el tiempo. Será en 1880 cuando se presente y ejecute un ambicioso plan de restauración, debido al ingeniero francés Carlos Lamiable, afincado en Ronda, impulsor también de que el ferrocarril llegara a la ciudad y del saneamiento de la red de aguas potables. De esta obra lo más destacado es el reforzamiento de la estructura con un armazón de hierro para evitar el corrimiento de la piedra, debida al desnivel del terreno sobre el que está asentada.

La Plaza de Toros utilizada como parque de automóviles por las tropas republicanas durante la Guerra Civil. Septiembre 1936. Foto Serrano. Hemeroteca Municipal de Sevilla

La siguiente ocupación traumática de la Plaza tuvo como escenario la Guerra Civil, ya que fue utilizada como parque de automóviles por las tropas republicanas y alojamiento de un grupo de artillería de montaña. De estos usos se derivó otro importante deterioro general, y en este sentido va dirigido el proyecto del arquitecto Manuel Benjumea en 1941 y prolongado en 1947 para obras de consolidación que afectaban a todo el conjunto. Sumemos los estragos de un fortísimo huracán en 1959 y otras dos intervenciones en los años sesenta para nuevas restauraciones, dirigidas por los arquitectos Francisco Pons y Ramiro Moya, para completar el cuadro histórico de los continuos desvelos y el esfuerzo económico que ha supuesto y supone el mantenimiento de un edificio declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento en 1993.

Proyecto de ejecución de restauración de la piedra del conjunto de la Plaza de Toros. Estudio de patología. Localización de alteraciones. Tendido 1. Abril, 1999. Cristina Borrero y María Caballos. Archivo RMR

La última actuación de carácter integral, la que permite disfrutar la visita tal como se contempla en la actualidad, es el Plan de Rehabilitación del Conjunto de la Plaza de Toros que recoge una serie de intervenciones, proyecto acometido a partir de 1997 por el estudio de arquitectura de Cristina Borrero y María Caballos, a cuya descripción más pormenorizada dedicaremos una próxima entrega.

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