Historiadores taurinos del siglo XIX (Velázquez y Sánchez, Neyra) justifican la inclusión de la biografía de Juan Pastor en sus obras, más que por sus cualidades como torero, por ser un prototipo de la época, ejemplar de vida disipada. “Buen mozo, de elevada estatura, pálido y fachendoso”, buscado por cantaores por su prodigalidad, habitual de “ruidosas fiestas, con desenfrenos de orgía”, por sus “hembras de rumbo”, bailarinas de vito, jaleos jerezanos, boleros, zorongos, seguidillas o fandangos que paseaba en las grupas de sus caballos, que mejores no los había; por su lenguaje rudo y libre, por su ostentosa marchosería y porque “nadie vestía de majo con más riqueza y gusto, figurín sevillano en corte y accesorios de chupas y jerezanas, marselleses, zamarras, fajas, botonería y hechura de calañeses”.
Personaje de relumbrón que estaba en permanente exposición en los cafés y tabernas más conocidos de Sevilla, se enseñana a los viajeros extranjeros que llegaban a Andalucía en busca de tipos populares, entre los que el torero, el contrabandista, el bandolero o las sensuales bailarinas que zapateaban encima de mesas sobre sombreros masculinos sirvieron de inspiración a pintores e ilustradores tanto locales como foráneos para componer y vender la imagen romántica de España que se iba a exportar a Europa, entre otras razones porque abundaban los compradores.
Maja y torero. Joaquín Domínguez Bécquer, 1838. Museo Carmen Thyssen, Málaga.
Su vida está salpimentada de ocurrencias, lances y desplantes. Natural de Alcalá de Guadaira, se dice que nació el 3 de abril de 1812, en plena Guerra de la Independencia, cuando el ejército francés comenzaba a retirarse de Andalucía. El oficio de su padre, que él nunca ejerció, quedó adherido a su nombre desde pequeño. Los jóvenes de la localidad, con una plaza muy activa en festejos de novillos y toretes, se echaban pronto a los campos cercanos, pagos que remontaban los estragos de la contienda donde había ganaderías y ocasiones para exhibirse en capeas y tentaderos. Su espíritu inquieto le llevó a acercarse a Sevilla, para enrolarse como peón de brega en alguna cuadrilla. En una de esas se cruzó en su camino el afamado Juan León, cuyas inclinaciones y gusto por la diversión ya eran proverbiales. El mozalbete le cayó en gracia, por deslenguado y valiente, de modo que lo incluyó en su séquito, con afan de pulir su estilo.
Esta relación fue a más. León extendió su protección a su hermano Javier, otro incipiente matador que se quedó en el camino, y se casó su hermana Mariquita. En 1829 ya aparece Pastor como banderillero de su cuñado en Madrid, una vez invertida la situación política que le había costado a León no torear en la capital por su condición de liberal. En 1830, al crearse la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, acude Pastor para tomar lecciones de Pedro Romero y Cándido, con poco provecho, ya que el maestro de Ronda le vaticinó que no sería nadie relevante en la profesión. Juan León lo mantuvo con él, sin embargo. Cossío rescata una nota de esas fechas en un programa de fiestas de San Fermín en Pamplona: “El banderillero Juan Pastor (…) no sabe nada de esto, pero se cubre bien con la muleta, y es tan sereno que se jugueteaba con el toro; parece un joven tronera”. Siempre con su protector, actúa en numerosas plazas, como en la feria de mayo de 1836 en Ronda.
En detrimento de otros miembros de su cuadrilla que serían toreros de postín como Juan Yust o Cúchares, León le privilegíaba cediéndole en alguna ocasión la muerte de algún toro. Muy comentada fue una tarde en Trujillo, con toros del marqués de Rianzuela. El primero era enorme, difícil para el trasteo, muy bien armado. Yust y Cúchares las habían pasado canutas para banderillear malamente. Juan León le anunció a su cuñado que, por ser su primera aparición en esa plaza, le cedía la suerte suprema.
El bicho no debió gustarle a Pastor, que se negó a hacerlo. León, que era de caracter inflamable, le conminó con un ultimatum: “O lo matas o mueres”. El subalterno le apostó que ni una cosa ni la otra, de modo que cogió los trastos, se dirigió a la presidencia para hacer el consabido brindis, donde estaba el Alcalde, y comenzó a insultar a su mujer y a todas las mujeres de Trujillo. Fue inmediatamente detenido, antes de que lo lincharan, y conducido al calabozo. Ganó su apuesta.
En 1839 dio el salto como primer espada. Teofilo Gautier lo menciona en una corrida de 1940 en su Viaje por España, y describe la reacción a su volapié al primer toro: “Todo el circo estalló en una ovación clamorosa; desde los palcos de la nobleza, las gradas de la burguesía y el tendido de manolos y manolas, se alzó ardientemente, con toda la expresión meridional, una tempestad de gritos y vociferaciones: ¡Bravo! ¡Bien! ¡Viva el Barbero!¡Viva!”. Se mantuvo durante más de diez años en una carrera notable, varias veces en Madrid y sobre todo en plazas andaluzas, aunque nunca pudo equipararse a José Redondo el Chiclanero, con el que pretendió competir sin éxito (ambos inauguraron la plaza de Antequera en 1848), Antonio Montes o Cúchares. No dejaba de protagonizar salidas de tono, dentro y sobre todo fuera de las plazas, que ya no eran del gusto de sus compañeros. A partir de Montes esos comportamientos se consideraban inapropiados, de tiempos pasados.
Se habría podido retirar en posición acomodada, pero su estilo de vida no se lo permitió. Hacia 1849, atosigado de deudas, buscaba contratas con el reclamo de que la mitad de los que se retrataban en taquilla lo hacían para ver si se cobraba dos cornadas. En una ocasión rompió un pagaré denunciado y pasó un año en la cárcel de Sevilla. El que había sido “un trueno” salió muy tocado y con evidente deterioro físico. En 1852 le llegó un oferta insospechada, inaugurar la plaza de toros de La Habana, la de la calle Belascoáin, que fue pasto de las llamas a final del siglo. Por alguna razón disponía allí de una fama que lo equiparaba a Costillares, Pepe Hillo, Romero o Montes. Su pobre y deficiente actuación echó abajo el crédito.
Plaza de toros de La Habana. L. Marquier, c. 1880. Colección particular.
Regresó hundido y derrotado, y se mantuvo penando por plazas menores. Aquejado de una tisis contraída el invierno anterior, con el país azotado por una epidemia de cólera, Juan Pastor muere en agosto de 1854, un mes después de que los generales Espartero y O’Donnell escenificaran el abrazo que servía de colofón a la Revolución de 1854, mientras la regente María Cristina emprendía el exilio a Francia.
Tan unidos en vida, su maestro, protector y cuñado Juan León fallecía dos meses más tarde en su Utrera natal.
Bibliografía
J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.
Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.
J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).
N. Rivas Santiago. Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987).