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· DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·

Ronda, 26 de noviembre de 2024
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Toreros Históricos en la Plaza de Toros de Ronda (XXIX). José Lara «Chicorro», el torero que cortó la primera oreja.

urante una de las epidemias de cólera que golpearon España durante el siglo XIX, en 1885 la Hermandad de los Gitanos de la parroquia de San Román de Sevilla, impulsada por su mayordomo, sacó por primera vez en procesión al Cristo de la Salud para rogar por el fin de aquella pandemia. El mayordomo era un torero, natural de Algeciras, afincado en Sevilla por esas fechas que atendía por José Lara, conocido como Chicorro.

Durante una de las epidemias de cólera que golpearon España durante el siglo XIX, en 1885 la Hermandad de los Gitanos de la parroquia de San Román de Sevilla, impulsada por su mayordomo, sacó por primera vez en procesión al Cristo de la Salud para rogar por el fin de aquella pandemia. El mayordomo era un torero, natural de Algeciras, afincado en Sevilla por esas fechas que atendía por José Lara, conocido como Chicorro.

Vino al mundo en 1839, meses antes de que se pusiera fin a la primera guerra carlista, escenificado en el abrazo del victorioso Espartero con el derrotado general Maroto en los campos de Vergara, y el exilio del pretendiente al trono Carlos María Isidro. Algún biógrafo lo tiene por jerezano, porque un año después de su nacimiento sus padres se instalaron en la ciudad de los vinos y los caballos. Familia dedicada al tejemaneje relacionado con el matadero, el pequeño se familiarizó con el personal que frecuentaba el establecimiento, matarifes, tratantes y lidiadores, y por supuesto, con el conocimiento de las reses. Como en tantos otros casos, criado en ese medio se proyectó su carrera como torero.

«Chicorro» en el salto de la garrocha, sin firma. «La lidia: revista taurina». Año 1, n. 13, 12 de junio de 1882. Biblioteca-RMR

Desde sus comienzos demostró una apreciable mezcla de valor y serenidad, destacando entre los mozos de su edad. Al cabo de unas pocas novilladas celebradas en su entorno geográfico, sus prestaciones llamaron la atención del gaditano Manuel Díaz Lavi, gitano como él, que se convirtió en su maestro y protector. De su confianza es buena prueba que se lo llevara con él a torear en Lima a la edad de veinte años, donde su labor como banderillero y su habilidad con la suerte de la garrocha gustó mucho al público peruano, hasta el punto de que en la sexta corrida ya alternó como segundo espada.

Manuel Díaz falleció en Perú, pero Chicorro siguió cuatro temporadas seguidas en ese país como matador consolidado para pasar luego a La Habana, donde toreó cerca de treinta funciones, una cantidad poco común incluso para las grandes figuras. Dejando atrás esa exitosa trayectoria, regresó en 1865 a una España envuelta en una permanente agitación política para enrolarse en la cuadrilla de Antonio Carmona el Gordito. Con él aprendió a poner banderillas al quiebro y otras suertes, además de perfeccionar el uso de la garrocha, con la que se convirtió en un consumado especialista, quizás el mejor: “es una precisión matemática la que tiene para arrancar en línea recta al toro, verle llegar, parar en firme, clavar la garrocha, elevarse y caer”, describe el historiador taurino José Sánchez de Neira, testigo de sus actuaciones.

Tres años después de actuar en las principales plazas, Carmona le dio la alternativa en Barcelona para que comenzara su carrera en solitario en septiembre de 1868, cuatro días antes de la batalla de Alcolea que pondría fin al reinado de Isabel II para inaugurar el llamado sexenio democrático, confirmada en Madrid en 1869 con el Salamanquino, jornada en la que sufrió una cornada. Su reaparición en la capital coincide con la corrida a beneficio de  Antonio Sánchez el Tato que había perdido una pierna, en la que también actuaron Lagartijo y Frascuelo, las dos figuras que protagonizarían la que se tiene como la primera edad de oro del toreo, con quienes alternó Chicorro en numerosas ocasiones.

A lo largo de las cinco siguientes temporadas actuó en todos los ruedos importantes con muy buenos contratos, ganándose el aprecio de los tendidos por su buen hacer, aunque irregular con la espada y sufriendo no pocas cornadas y palizas por no saber distinguir en ciertos momentos la faena más apropiada a cada toro. Prueba de su cartel es el hecho de que participara en la jornada inaugural de la nueva plaza de Madrid en 1874, pero su gran éxito tuvo lugar en la corrida celebrada el 29 de octubre de 1876, con la presencia de Alfonso XII, la princesa de Asturias y los príncipes de Sajonia-Wiemar, alternando con los colosos Lagartijo y Frascuelo, que entonces se disputaban el cetro del escalafón. Contra lo que se podía esperar, el triunfador absoluto de aquella tarde fue Chicorro.

Retrato de José Lara Chicorro. Emilio Beauchy, 1889. Biblioteca Nacional de España.

El crítico y escritor taurino Antonio Peña y Goñi inmortalizó el acontecimiento: “Salió el tercero, de Benjumea, llamado Medias negras, berrendo en negro, capirote y botinero y bien armado. Lo que hizo Chicorro con este toro se necesita haberlo visto para creerlo (…) No he visto jamás espectáculo semejante, ni más cigarros y prendas de vestir desparramados por la arena”. Según esta crónica, comenzó con el salto de la garrocha, a continuación le arrancó la divisa al toro a cuerpo limpio y se la ofreció a los príncipes invitados, puso un par de banderillas a la cuarta (las más cortas) y otro par de las comunes antes de acabar con el toro de un soberbio volapié hasta la empuñadura, “todo ello admirablemente, con matemática precisión y sin solución de continuidad”. El público entusiasmado pidió que se le regalara el toro, la presidencia aceptó y el propio torero cortó una oreja al cornúpeta y la mostró a los  tendidos enardecidos. Lo nunca visto hasta entonces, y pasarían muchos años antes de que esos trofeos se convirtieran en costumbre generalizada.

Una enfermedad en los ojos fue afectando su carrera, y durante un tiempo tuvo que apartarse de los ruedos. Reapareció en 1888, ya mermado de facultades, alargando su carrera diez años más, rematando su trayectoria con dos triunfales despedidas en Jerez y en Barcelona, donde se le vio a pesar de su veteranía “fresco, tranquilo y valiente”, tarde en la que emocionó tanto que le volvieron a dar una oreja en recuerdo de aquella tarde madrileña.

Fallecería en su ciudad adoptiva el 25 de mayo de 1911, dejando el recuerdo de un torero que siempre estuvo dispuesto a agradar, que ganó por sus méritos un puesto de indiscutible relieve, además de atento y complaciente en el trato personal según los testimonios de los que lo trataron. Neira lo definió como “apreciado, simpático y de especiales condiciones”.

Un comentario

  1. Visitada recientemente la recomendable exposición «La memoria taurina … » en el Archivo General de Indias de Sevilla, no he podido dejar de acordarme de este magnífico blog.
    Sus entradas son ejemplo de rigor y buen hacer. Amenos, atentos a la actualidad y magníficamente encuadrados en la Historia de España, estos capítulos de la Historia de la tauromaquia son el ejemplo de cómo engrandecer aún más este arte.
    Sólo de este modo se conseguirá mantener y perpetuar este gran legado.

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