Le llamaban “el guapo Lucas”, no por su atractivo físico sino por su tendencia a la trifulca tabernaria. Es el tercer matador del cartel de toreros que actuaron en la plaza de Ronda el 21 y 22 de mayo de 1836, junto a Juan León y el caballero Pérez de Guzmán. Se desconoce la fecha de su nacimiento, se supone que en Sevilla o en algún pueblo de la provincia, ya que siendo casi un niño de humildísima procedencia, huérfano de padre, se tiene constancia de su presencia en el matadero de la ciudad trabajando de cortador en las tablas bajas, las de peor calidad.
Manuel Lucas Blanco, por Manuel Rodríguez de Guzmán. («El Cossío ilustrado». Espasa, 2003. P. 323)
En el matadero sevillano, auténtica escuela de adiestramiento para los aspirantes a hacer carrera en los ruedos, se daban cita algunos maestros que un día vieron a un mozalbete desconocido sometiendo a un toro de Vázquez con un dominio y agilidad insospechados en alguien sin experiencia previa. Antonio Ruiz «el Sombrerero», primera figura del momento, lo puso de inmediato bajo su protección y docencia.
Después de un período de formación como jefe de cuadrillas menores y banderillero en plazas andaluzas, en 1813, en el epílogo de la guerra de Independencia española, entra a formar parte de la cuadrilla de su protector. Al cabo de un tiempo cambiaría a la de otro discípulo de Ruiz, el cordobés Francisco González «Panchón».
Este torero de poco arte, al que llamaron “el Hércules del toreo” por su fuerza y agilidad, merece un poco de atención. Con doce años lo llevó a la plaza de Ronda el mismísimo Pedro Romero, hacia 1796, y también José Romero lo contrataría como banderillero. Venía recomendado por el vizconde de Miranda, noble cordobés que alanceaba toros y era capaz de estoquearlos como un profesional contrastado, hasta el punto de que Pedro Romero lo admiraba. Personaje controvertido, llegó a criar un toro bravo en su inmenso palacio (del que sólo sobrevive su fachada). “Señorito” se movía por los salones como una mascota faldera, recibiendo caricias de familia y criados, aunque en ocasiones sacara a relucir su casta brava, como el día que se vio reflejado en un espejo y provocó un considerable estropicio.
Como media espada de «Panchón» y luego con otros («los Sombrereros», «Sentimientos» o «El Bolero») Lucas Blanco fue ganando fama por su arrojo y temeridad, así como se acentuaba su propensión al enfrentamiento con otros hombres. Se cuenta que, desnudo de toda formación, su carácter rústico le llevaba a defender sus posturas de forma tan exagerada que las discusiones solían tener un bronco desenlace. De sus dificultades de expresión quedó constancia en un brindis en Sevilla a los infantes Francisco de Paula y María Carlota: “¡A mi señó infante don Francisco; va por la de usía, por la mujer, por la familia de aquí y por la de allá!”.
Muchas de sus arrebatadas controversias eran de carácter político en una España inflamada que salía de una guerra para precipitarse en otra, la Primera Guerra Carlista, trampantojo del enfrentamiento entre liberales y absolutistas. Lucas Blanco se declaró partidario de la facción absolutista en 1823, ingresando en las milicias realistas en una sección conocida como “la cáscara amarga”, los más duros. Su entrega a la política le llevó a torear muy poco hasta 1829. A partir de 1830, de vuelta a los ruedos para sacar adelante a la familia, vive sus mejores momentos, tanto en Madrid como en Sevilla; alterna a menudo con figuras como Montes, Roque Miranda y Juan León, que a pesar de sus diferencias políticas le profesó afecto, además de buenos consejos para mejorar su lidia, que seguía siendo deficiente.
En 1835 y 1836 no se presenta en Madrid debido a la guerra civil y al hostigamiento que padecían aquellos que defendían la causa carlista, que encarnaba la línea absolutista para sus partidarios. Lo hace en Ronda, como ya hemos dicho, junto a otros dos “guapos”. Al año siguiente es contratado de nuevo en Madrid para participar en varias funciones en carteles con los principales espadas y en compañía de grandes subalternos (picadores célebres como Juan Pinto y Francisco Sevilla, o peones de la categoría de Juan Yusto o «Cúchares»), cosechando éxitos por su toreo “cuerpo a cuerpo” y una cornada sin gravedad.
La crispación en la capital seguía en su más alto grado de ebullición, según las noticias que llegaban de los vaivenes del desarrollo de la guerra. En esas circunstancias, en una tienda de andaluces de la calle Fuencarral, Manuel Lucas se dejó llevar por su carácter vehemente en otra de sus habituales reyertas. Esta vez con un desenlace trágico: un miliciano isabelino, Manuel Crespo de los Reyes, cae mortalmente herido. De nada sirvieron los ruegos y peticiones de clemencia de sus compañeros de gremio, alegando homicidio involuntario ya que ambos contendientes estaban bajo los efectos del vino. En el juicio posterior fue condenado a morir por garrote vil el 9 de noviembre de 1837. Se dice que se enfrentó a su última hora con la gallardía que había demostrado en las arenas. El bravo Juan León confesó que no había conocido hombre más duro.
Su muerte abrió la carrera taurina de su hijo Juan, al que su padre no quería ver vestido de luces: “Primero muerto que bregando en las plazas”, le amenazaba. Aquel bruto empecinado, consciente de su falta de educación, quería que su vástago se dedicara a una carrera de letras.
Bibliografía
M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.
Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.
Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).
Rivas Santiago. Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987).
M.ª Isabel Jiménez. Toros y Toreros en la literatura costumbrista del siglo XIX. Revista de Estudios Taurinos, nº6. Sevilla, 1997.
Manuel Ramos Gil. El toro bravo que vivió en un palacio en Córdoba. ABC 09/04/2020.