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· DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·

Ronda, 5 de diciembre de 2024
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Biblioteca-RMR: Nº 81. El libro que pudo haber sido y no fue: «Real Picadero». Junio 2020.

· ARTÍCULO ·
· BIBLIOTECA DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·
· JUNIO 2020 ·

· FONDO EQUITACIÓN ·

El rey Carlos IV fue un apasionado de la equitación desde su niñez en Nápoles, donde fue formado siguiendo los preceptos de la escuela italiana de la brida. Con la llegada al trono de España de su padre, el rey Carlos III, entre la numerosa servidumbre que se trasladó desde Italia acompañando al entonces príncipe se encontraba su maestro de equitación. La que fue su esposa, la reina María Luisa, también llegó a ser una gran aficionada. La pasión que ambos compartían explica el hecho de que fueran los únicos soberanos españoles retratados a caballo en todo el siglo XVIII.

La tradición ecuestre en España tiene una larga trayectoria. Desde el siglo XVI, son numerosos los tratados, tanto manuscritos como impresos, que abordan el conocimiento y adiestramiento del caballo, particularmente aquellos que hacen alusión a la monta a la jineta, de tradición arábigo-andaluza, si bien no faltan los defensores de la técnica contraria, la brida. Así, podríamos citar los nombres de Pedro de Aguilar, Juan Suárez de Peralta, Juan Arias Dávila Puertocarrero, Francisco de Céspedes y Velasco, Bernardo de Vargas Machuca, Gregorio de Tapia y Salcedo o Bruno José de Morla Melgarejo, entre otros.

Sin embargo, España nunca contó con una obra a la manera de otras cortes europeas, que perpetuaban a través del grabado en colecciones de láminas la magnificencia de reyes o nobles en el arte de la equitación. Carlos IV, sensible a tantos aspectos de la cultura de su tiempo, pensó en paliar la situación elaborando una costosa publicación, copiando los gustos franceses, centrada en una de sus aficiones principales.

«Real Picadero»
A. Carnicero lo dibujó, M.S. Carmona lo grabó (1799)
Colección RMR

Según afirma el marqués de la Torrecilla en su «Índice de bibliografía hípica española y portuguesa» (1916-1921), el monarca español tenía en mente emular la obra de Manoel Carlos de Andrade publicada por la casa real portuguesa, «Luz da liberal e nobre arte da cavallaria» (1790). La versión oficial, sin embargo, aducía el deseo de Carlos IV de imprimir una obra puesta al día que sirviese de referencia para el príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, y que quedase como recuerdo de su aprendizaje.

El Rey encontró su principal valedor para este proyecto en el ministro de Estado, Manuel Godoy, príncipe de la Paz, un consumado jinete y apasionado de los caballos, fiel representante de la escuela española de su época, que buscaba un efecto más preciosista y de gala, pero sin desmerecer la maestría absoluta.

En lugar de componer un texto inédito, tratando de importar las modas de Francia, y siguiendo los preceptos del picador mayor de Carlos IV, Benito Guerra, se pensó en la traducción de tres obras francófonas, en concreto las de Mottin de la Balme, el barón de Bohan y, especialmente, Dupaty de Clam. Este último, mosquetero real de Luis XVI, profundamente influenciado por los enciclopedistas, basó su teoría del arte ecuestre sobre la física y la mecánica.

«Trote corto. Carlos IV»
A. Carniceró lo dibujó, J. Moreno lo grabó (1797)
Colección RMR

Finalmente, se optó por la adaptación del manual de Dupaty titulado «La science et l’art de l’équitation, démontrés d’après la nature; ou Théorie et pratique de l’équitation, fondées sur l’anatomie, la méchanique, la géométrie, & la physique», publicado en París en 1776. La persona designada para ello fue el ministro del Consejo y Cámara de Indias, Francisco Cerdá y Rico, quien se comprometió a ejecutarla en el menor tiempo posible. La traducción debía contemplar los comentarios del príncipe de la Paz y, por encima de este, las observaciones del propio Rey. Cerdá fue demasiado ambicioso y, además de la obra de Dupaty, también acometió las traducciones de Mottin de la Balme y el barón de Bohan, lo que parece que retrasó sobremanera su tarea.

A finales de 1796 se expedía la orden para la licencia de impresión dirigida al director de la Imprenta Real, Juan Facundo Caballero, en la que se le comunicaba que el monarca correría con los gastos con cargo a la caja de dicho establecimiento. Meses antes de dicha licencia, el propio Godoy había informado a Bernardo Iriarte, viceprotector de la Real Academia de San Fernando, el encargo real de la elección de los profesores y discípulos necesarios para la realización de las tareas de dibujo tomado del natural y el grabado de las láminas. Se realizarían dos ediciones, una en gran folio de lujo y otra más pequeña en cuarto con treinta estampas cada una de ellas.

Los profesores designados debían dedicarse enteramente a los trabajos, trasladándose a los Reales Sitios donde se estableciera la Corte para asistir regularmente a los Reales Picaderos (Madrid, Aranjuez y El Escorial), sobre todo en las horas de las lecciones del príncipe de Asturias. Para facilitarles la tarea, se les pagarían los gastos de viaje y unas dietas diarias. El compromiso real adquirido fue que los trabajos realizados serían abonados en dinero efectivo y no en vales, adelantando incluso algunas cantidades a cuenta a los grabadores, a fin de evitar que tuvieran que recurrir a otros trabajos para subsistir.

«Galope de campo. Príncipe de Asturias»
A. Carnicero lo dibujó, M.S. Carmona lo grabó (1800)
Colección RMR

La nómina de artistas seleccionados finalmente es brillantísima. Los dibujos principales se debieron al salmantino Antonio Carnicero, pintor de Cámara en 1796. Algunos otros menores fueron realizados por Cosme de Acuña, coruñés, pintor de Cámara en 1798.

En cuanto a los grabadores, destaca entre todos ellos el vallisoletano Manuel Salvador Carmona, uno de los principales burilistas europeos de la época, grabador de Cámara de Carlos III en 1783. La lista la completaban: Fernando Selma (grabador de Cámara en 1786), Francisco Muntaner, Joaquín Ballester, Francisco de Paula Martí, Blas Ametller (grabador de Cámara en 1815), Juan Moreno Tejada (grabador de Cámara en 1801), Rafael Esteve y Vilella (grabador de Cámara en 1802, fue nombrado caballero de la Real Orden de Carlos III en 1841), Tomás López Enguídanos (grabador de Cámara en 1804), Manuel Esquivel de Sotomayor, Manuel Albuerne y Antonio Vázquez (grabador honorario de Cámara en 1817).

Una cuestión que hubo que resolverse de inmediato fue la búsqueda de las planchas de bronce, pues en el mercado no existían ajustadas al tamaño, calidad y número que se necesitaban. Con el beneplácito del monarca y por indicación de Godoy, Bernardo Iriarte solicitó al ministro de Marina, Pedro Varela, que facilitase las planchas inicialmente asignadas para la edición de la Expedición de Malaspina, en ese momento ya suspendida por la condena que recibió el oficial de la Armada. En total se consiguieron por esta vía diecinueve unidades.

«Parado. Manuel Godoy»
A. Carnicero lo dibujó, M.S. Carmona lo grabó (1800)
Colección RMR

A principios de 1797 Carnicero recibió de la Imprenta Real un pago de 6.600 reales de vellón por los cinco primeros dibujos entregados. Sin embargo, por las mismas fechas, el ministro Cerdá aún no había presentado el manuscrito de su traducción. Preguntado por el retraso, alegó ciertos asuntos particulares para, a renglón seguido, afirmar que el producto final estaría pronto concluído, y que no resultaría ningún impedimento para que los grabadores siguieran trabajando. Informado el monarca del estado de la cuestión, este manifestó que el proyecto continuase en los términos establecidos.

En adelante no se sabe muy bien lo que pasó. Con el relevo de Godoy como hombre principal de Carlos IV, Cerdá escribe en abril de 1798 una carta al nuevo ministro de Estado, Francisco Saavedra, poniéndole en antecedentes de todo lo ejecutado hasta la fecha, instándole a que salvase los obstáculos que impedían la continuación de las costosísimas publicaciones. Si bien la respuesta fue positiva, ya que era deseo del monarca que la obra se concluyese, lo cierto es que se dejó de pagar a los artistas, que terminaron abandonando sus tareas.

De la impresión del texto por los talleres reales, no consta nada en absoluto. Tan solo ha llegado hasta nosotros un discreto libro, editado años después en la imprenta de Sancha, titulado «Principios para montar e instruir los caballos de guerra» (1827), escrito originalmente en francés por el barón de Bohan y traducido por Cerdá y Rico. En el prólogo, el traductor refiere que no se había publicado antes por los obstáculos producidos por las alteraciones políticas y los padecimientos de su familia en los años precedentes.

«Trote sostenido. Príncipe de Parma»
A. Carnicero lo dibujó, R. Esteve lo grabó (1797)
Colección RMR

La Real Maestranza de Caballería de Ronda conserva entre sus fondos artísticos una colección de las doce láminas conocidas grabadas a partir de los dibujos de Antonio Carnicero para la edición de lujo, impresas por la Calcografía Nacional, algunas de las cuales se reproducen en esta entrada.

La historia de este frustrado proyecto la hemos podido conocer a través de la primera investigación que se escribió sobre el mismo, firmada por el periodista, historiador y escritor rondeño Juan Pérez de Guzmán y Gallo, secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia, quien la dio a conocer en las páginas de «La Ilustración Española y Americana», en dos números consecutivos de finales del mes de agosto de 1906, cuyos ejemplares conserva entre sus fondos la Biblioteca-RMR.

«Paso de movimiento. Benito Guerra»
A. Carnicero lo dibujó, F. Muntaner lo grabó (1800)
Colección RMR

Bibliografía

El Picadero Real de Carlos IV : I / Juan Pérez de Guzmán. — En: «La Ilustración Española y Americana». — Madrid : [s.n.], 1906. — Año L, n. XXXI, 22 de agosto, p. 103.

El Picadero Real de Carlos IV : II / Juan Pérez de Guzmán. — En: «La Ilustración Española y Americana». — Madrid : [s.n.], 1906. — Año L, n. XXXII, 30 de agosto, p. [113], 115-119 y [122].

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