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· DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·

Ronda, 3rd October 2024 15:08
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Gregorio de Tapia y Salcedo, caballero maestro de equitación y tauromaquia

Hijo de Gregorio de Cuero y Tapia, secretario de Estado de Felipe IV.  Al pertenecer a la aristocracia de los altos funcionarios, recibió una esmerada educación como correspondía a alguien de su rango: formación humanística con estudios de Latín, Retórica, Filosofía y Poética, Matemáticas y Griego entre otras materias, por un lado, y adiestramiento en el manejo del caballo que lo convirtió en un excelente jinete.

En una de las vitrinas de la sala dedicada a la historia de esta Real Maestranza se exhibe una reproducción del libro Exercicios de la gineta, tratado de equitación cuyo autor es el caballero madrileño Gregorio de Tapia y Salcedo. Se tiene constancia de su bautizo en 1617, hijo de Gregorio de Cuero y Tapia, secretario de Estado de Felipe IV. Al pertenecer a la aristocracia de los altos funcionarios, recibió una esmerada educación como correspondía a alguien de su rango: formación humanística con estudios de Latín, Retórica, Filosofía y Poética, Matemáticas y Griego entre otras materias, por un lado, y adiestramiento en el manejo del caballo que lo convirtió en un excelente jinete. En 1639 fue ordenado caballero de la Orden de Santiago, como lo era su padre. En esta institución ocuparía los cargos de fiscal y procurador general, posición que le permitiría ser procurador de Cortes por Madrid, comisario de los Reinos de Castilla y León o capitán de Infantería en la Milicia madrileña, entre otros desempeños. Poseía una rica biblioteca y una buena colección de pinturas, y fue un hombre considerado en su época por su erudición tanto en España como en Europa, miembro de dos academias italianas y autor de varias obras de materia diversa, entre las que destaca una de índole poética, serie de epigramas titulada Monte Parnaso en seis cumbres publicada en 1658.

Gregorio de Tapia y Salzedo. Exercicios de la gineta: al príncipe nuestro señor d. Baltasar Carlos. Reproducción facsímil de la edición de Madrid por Diego Díaz en 1643. Madrid, Turner, 1980. Biblioteca-RMR

En 1643 entregaría a la imprenta su famoso tratado de equitación dedicado a la jineta, a la que consideraba como la más aventajada forma de monta, “la tengo por principal de la Cavallería”, en la que volcó sus conocimientos como experto en la materia, dedicando una parte importante al toreo a caballo en un momento en que esta modalidad se había dejado de lado en los tratados publicados en su tiempo sobre la jineta, recuperando así la tradición de considerar al toreo como actividad especial que había sido habitual en los tratadistas del siglo anterior, y que menciona en las páginas preliminares.

Para el autor “el lidiar toros, ya se ve que es encarecida demostración del valor de los españoles, como inimitable de las naciones extrañas por estar negadas de tan insignes fieras”. La importancia que le concede al toreo se manifiesta en los siete capítulos que le dedica, del 7 al 13, con reglas sucintas que versan sobre torear con lanza, con rejón, con vara larga, con espada y varilla, y del modo de desjarretar con media luna, a los que añade dos novedades, del modo de echar el lazo y de obrar con lazo puesto, indicando que los habían practicado con gran éxito unos jinetes criollos en la plaza mayor de Madrid. La obra cuenta con veintiocho estampas que ilustran los capítulos que comprende sobre doma, caza y tauromaquia, realizadas por la grabadora María Eugenia de Beer, hija del pintor flamenco Cornelio de Beer, afincado en Madrid.

La edición está dedicada al Príncipe Baltasar Carlos, que a la edad de siete años ya era un avezado jinete, como se observa en los dos retratos ecuestres que le hiciera Velázquez, Príncipe Baltasar Carlos a caballo, del Museo del Prado, y Baltasar Carlos en el picadero, de la colección del duque de Westminster, realizados entre 1635 y 1637, en los que se ve al joven heredero al trono montando a la jineta practicando la figura de la corbeta. Su temprana muerte a los dieciséis años sumiría en la desesperación a su padre, Felipe IV, y provocaría una crisis dinástica al perder al único heredero varón.

Retrato de Gregorio Tapia y Salcedo, grabado por María Eugenia de Beer según dibujo de Domingo Guerra, hacia 1650. Biblioteca Nacional de España

La contribución de Tapia y Salcedo al toreo a caballo tendría continuidad al publicar en 1651, con prólogo suyo, la obra póstuma de otro caballista excepcional, el cordobés Pedro Jacinto de Cárdenas y Angulo, caballero de la orden de Alcántara, amigo de Luis de Góngora, titulada Advertencias, o precetos del torear con rejon, lanza, espada, y iaculos, que Tapia y Salcedo consideraba que mejoraba en buena parte sus escritos y al que tenía en gran estimación: “fue muy conocido por gran jinete, hijo, en fin, de Córdoba, madre en todos tiempos de excelentísimos hijos en armas y letras”.

Tapia y Salcedo fallecería en Madrid el 2 de enero de 1671 cuando tenía pensado realizar una obra sobre las personalidades ilustres de Madrid, tal como recoge el cronista e historiador José Antonio Álvarez Baena que un siglo después se encargaría de llevar a cabo una obra similar, Hijos de Madrid, fuente principal de los datos biográficos de nuestro personaje.

Bibliografía

J. Campos Cañizares, El toreo caballeresco en la época de Felipe IV. Técnicas y significado socio-cultural, Sevilla, Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Fundación Estudios Taurinos, Universidad de Sevilla, 2008 (col. Tauromaquias, nº 9).

Marqués de San Juan de Piedras Albas, Fiestas de toros. Bosquejo histórico, Sevilla, Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Fundación Estudios Taurinos, Universidad de Sevilla, 2010 (col. Tauromaquias, nº 12).

J.Mª. de Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. II, Madrid, Espasa Calpe, 1961.

J.A. Álvarez y Baena, Hijos de Madrid. Ilustres en santidad, dignidades, armas, ciencias y artes. Diccionario histórico por el orden alfabético de sus nombres, que consagra al Ilmo. y Nobilisimo Ayuntamiento de la Imperial y Coronada Villa de Madrid, vol. II, Madrid, Oficina de Benito Cano, 1790.

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