En la sala de Historia de la Tauromaquia de la Plaza de Toros de Ronda cuelga un retrato de este caballero torero. Según Adolfo Lozano en sus Anales de la Plaza de Toros de Ronda, intervino junto a Juan León y Lucas Blanco en dos corridas celebradas el 20 y 21 de mayo 1836. Nacido en Córdoba en 1802 o 1803, era hijo de los marqueses de Villamanrique del Tajo, del linaje de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, de la más alta nobleza española. Por tradición familiar, su padre lo lleva a Madrid a seguir la carrera militar, entrando a formar parte del Cuerpo de Guardia de Corps al servicio directo del Rey, Fernando VII. Pero su carácter desenvuelto se aviene mal con los modos palaciegos y al cabo de un tiempo solicita entrar en el Ejército.
Retrato de gentil hombre vestido de torero. Eugenio Lucas Velázquez (mediados del s. XIX). Colección de la Real Maestranza de Caballería de Ronda. Foto: José Morón.
Es de esa forma, más o menos en 1828, que llega a Sevilla como teniente del Regimiento de Caballería del Príncipe. Enseguida entra en contacto con su pariente Fernando de Espinosa, IV conde del Águila, y con la aristocracia campera, descubriendo la que sería su pasión en el manejo de reses bravas, en el acoso y derribo y participando en capeas, lo que le acerca al mundo que rodea a los toreros, flamencos y gente de toda laya, entre los que se siente como pez en el agua. Excelente jinete, un tanto calavera e inclinado a la juerga, “desprendido, sencillo y obsequioso”, comienza a entrarle el gusto por la tauromaquia. Tanto es así, que recibe clases de Pedro Romero y José Cándido en la efímera Escuela de Tauromaquia de Sevilla recién inaugurada por impulso de Fernando VII, y traba buena amistad con Antonio Montes Paquiro y Juan León, figuras del momento, que le ofrecieron siempre su apoyo.
Las recomendaciones que hace de él Pedro Romero le permiten estrenarse en una corrida benéfica en la Maestranza a favor de los presos pobres en la tarde del 23 de agosto de 1830. En el cartel se anunciaba que lidiaban caballeros aficionados, pero fue sólo Guzmán el que estoqueó, acompañado como auxiliares por los diestros Antonio y Luis Ruiz, del clan de los Sombrereros. La función fue un éxito y animó al protagonista a seguir la carrera de torero, solicitando su licencia absoluta del Ejército para disgusto de su familia por este desclasamiento.
Al año siguiente intervino en la plaza de toros de Aranjuez, restaurada después de un incendio, con Antonio Montes y Roque Miranda. Montes solicitó al Rey permiso para cederle el segundo toro, oportunidad que no desaprovechó, siendo muy aplaudido. Fue el impulso para estrenarse en Madrid poco después, con Juan Jiménez el Morenillo y Manuel Romero Carreto, y al caer enfermo el primero se tiraron cartelillos supletorios anunciando que “mataría uno o más toros, a su elección, Don Rafael Pérez de Guzman, caballero aficionado”.
Sería Carreto el que le daría la alternativa en junio de 1831 en la plaza de Madrid, comenzando una inusual carrera de primer espada que pasó por alto la preceptiva etapa de novillero de los demás. Benito Pérez Galdós lo menciona en su libro Mendizábal de los Episodios Nacionales: “En la Plaza admiraron la pericia del afamado matador Francisco Montes, y el arrojo y gallardía de D. Rafael Pérez de Guzmán, oficial del Ejército, de la noble casa de Villamanrique, que había cambiado los laureles militares por las palmas toreras, y la espada por el estoque (…) Fue la más grande notabilidad del arte en aquella década, después del maestro Montes. Con estos compartía el favor del público Roque Miranda, muy inferior a Montes y a D. Rafael en la suerte de matar, pero gran banderillero, capaz de poner pares en los cuernos de la luna”.
Toreó en las principales plazas de España, anunciado ya en los carteles sin el don. Se suceden hazañas y anécdotas, como la que protagonizó en Granada al matar él solo diez toros de seis años, el traje azul que le regaló en una ocasión la Reina Gobernadora María Cristina, o la tarde en la que, desarmado de la muleta entró a matar armado con un pañuelo. Dejó en los aficionados buen regusto por su temeridad, su temple y buen hacer, aunque no estuvo exento de críticas y recelos. En 1836 inició la temporada en Sevilla alternando con su buen amigo Juan León y Manuel Lucas Blanco, triunvirato que repetiría en Ronda, como ya se ha señalado. En las 19 corridas programadas en Madrid en 1837 salió a la arena en siete de ellas.
Corría el año de 1838. España se desangraba desde 1833 en una auténtica guerra civil, la Primera Guerra Carlista que se extendería hasta el final de esa década. Contratado de nuevo para una corrida en Madrid, Rafael Pérez de Guzmán se subió a un coche-correo para hacer el viaje desde Sevilla, escoltado por un pequeño piquete militar que protegía los transportes de las bandas de asaltantes que aprovechaban que la mayor parte de las tropas regulares se concentraba en las provincias del Norte. A la altura de La Guardia, provincia de Toledo, una partida asaltó el coche. Hay versiones confusas sobre el incidente, pero el torero debió salir del carruaje para hacer frente a los bandoleros, siendo alcanzado de un balazo. El caso es que la comitiva, repelido el ataque, siguió su camino dejando atrás el cuerpo del desventurado caballero.
D. Rafael Pérez de Guzman. «La Lidia», año II, nº 40, 10 diciembre 1883. Biblioteca-RMR.
Los vecinos de La Guardia recogieron el cuerpo y procedieron a darle entierro de primera categoría aún sin saber quién era, pero sospechando de su categoría por detalles de su indumentaria: trenza delgada, “como las que gastan los lidiadores de toros”; rulos de seda llamados de cabeza de turco; calzoncillos de lienzo y algunas prendas más “de la de la alta clase”, como cintas de terciopelos, o calcetas con una R bordada con hilo de seda, según consta en el certificado oficial.
Respecto a la corrida del 23 de abril en la que estaba anunciado, la empresa abonó el salario por la faena que no pudo hacer. En una nómina de lidiadores que se conserva en la Biblioteca Nacional se menciona el siguiente texto: “Francisco Montes [cobró] 3.000 reales; Roque Miranda, 1.600 y Rafael Pérez de Guzmán, 1.000, que no llegó a tiempo, se le abona sin embargo su haber con arreglo a lo convenido con sus compañeros que le suplieron”. Su tumba definitiva se instaló en el Monasterio de San Isidoro del Campo, a las afueras de Sevilla, hoy cementerio municipal de Santiponce.
Bibliografía
- Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España, Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.
- Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Madrid, Imprenta de Miguel Guijarro, 1879 (Madrid, Turner, 1988).
- Pérez de Guzmán. Antecedentes y vida torera del caballero y lidiador cordobés D. Rafael Pérez de Guzmán el Bueno. Madrid, Imprenta Francisco G. Pérez, 1886.
- Claramunt. Historia ilustrada de la Tauromaquia. Madrid, Espasa Calpe, 1989.
- Daniel Tapia. Historia del toreo, vol. I. Madrid, Alianza Editorial, 1992.
- Luján. Historia del toreo. Barcelona, Destino, 1993.
- Rivas Santiago. Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987).