Ahí tenéis al Cirineo, / Jaque, cual buen andaluz, / Mas no puede con la cruz / Que le echa encima el toreo. / Él, si se ofrece, funciona, / Y esto muy de tarde en tarde. (Villén, Juan Manuel)
“En ignorada cama del Hospital provincial ha fallecido el que fue, hace treinta años, gloria de la escuela sevillana y orgullo y alegría de su afición”, fue el obituario que le dedicó la revista Sol y Sombra a José Cineo, que dejó de existir en Sevilla el 13 de diciembre de 1899.
Fue protagonista de muchas tardes en la Maestranza, sobre todo enfrentado al que sería su máximo rival, el malogrado José Giráldez Jaqueta, del que nos ocupamos en el capítulo anterior. Había nacido el 2 de febrero de 1841, y como muchos mozalbetes su ingreso en el oficio taurino se forjó en capeas populares, junto a tipos como José Machío, de familia de toreros, o el mismo Jaqueta, cuatro años mayor que él. A los diecisiete ya acompañaba a algún novillero en festejos menores por Andalucía y Extremadura, hasta que sus buenas maneras le permitieron torear con los maestros Cúchares y Manuel Domínguez por la provincia de Cádiz, antes de su estreno novilleril, que tuvo lugar en la Maestranza en julio de 1864. Tuvo tanto éxito que le programaron para numerosas novilladas, citas en las que iba a encontrarse con Jaqueta. Durante tres años llenaron los tendidos de aficionados que se comportaban como los hinchas del fútbol actual, tomando partido por uno o por otro de forma tan vehemente que podían llegar a provocar enfrentamientos violentos.
Cartel de la función taurina celebrada en Sevilla el 7 de octubre de 1866. Colección Real Maestranza de Caballería de Sevilla.
Esta rivalidad enconada también se alimentaba porque ambos eran protegidos por dos toreros sevillanos del barrio de San Bernardo en feroz competencia, Cineo por Antonio Carmona el Gordito y Giráldez por Antonio Sánchez el Tato.
A esta circunstancia pertenece la corrida celebrada el domingo 21 de junio de 1868, en la que los dos matadores alternaban con Frascuelo en la plaza de la Puerta de Alcalá de Madrid y que marcó un hito en esta controversia. En esa plaza las preferencias del público se inclinaban por El Tato, mientras que Sevilla era más de Gordito. Los preliminares de lo que se avecinaba llamó la atención de la prensa. “Antes de dar principio la función, notábase entre los concurrentes cierta marea que indicaba eran exactas las noticias que se nos habían dado anticipadamente”, según el corresponsal del Boletín de Loterías y Toros. Se refería a la cantidad de cencerros, pitos y otros instrumentos en los tendidos que portaban grupos “que pudiéramos llamar organizados y que parecían obedientes a una voz”.
La misión de esos grupos era castigar ruidosamente a Gordito y a su cuadrilla, en especial a Cirineo, al que los aficionados culpaban de una pita instigada en contra de El Tato en una corrida anterior en Sevilla. Y así fue, a Cirineo le pitaron desde que salió a la arena, y a Antonio Carmona consiguieron desquiciarlo incluso con lanzamientos de naranjas.
Después de aquella infausta tarde Cineo vuelve a torear novillos y acompaña a Gordito en varios festejos como media espada. Se relata una anécdota de uno de esos viajes en el libro Curiosidades taurinas. Por razones que no se explican, Carmona y su cuadrilla se vieron obligados a recorrer varias leguas a pie en una jornada de verano para trabajar en Jerez de los Caballeros, con el único auxilio de un caballo que cargaba el baúl y los útiles de su profesión. Al llegar a una venta, después de cuatro horas subiendo y bajando cuestas, Carmona dijo que era “una hora superior pa que nos tomemos aquí un gazpachito mu gracioso”. Es sabido que el célebre matador era muy mirado con los gastos. “Señó Antonio, ¿no sería mejó que en vez de ese gazpacho tan grasioso nos tomáramos unos pollitos con tomate mu desaboríos?, propuso Cineo, que ya tenía fama de ocurrente, valentón y fiestero. La sugerencia fue aceptada.
Poco después su protector Gordito le concedió la alternativa en Sevilla en 1869. En 1870 no toreó en Sevilla por desavenencia con la empresa y marchó a América, a Montevideo según algunos, y a Buenos Aires o Lima según otros. Al regresar pasó tres años toreando en importantes plazas de España, a veces como media espada o en corridas de cuatro toros llevando a un sobresaliente, cosechando buenas actuaciones y labrándose un buen nombre.
No tuvo mucha suerte en sus pocas apariciones en la plaza de Madrid, donde alternó por primera vez en mayo de 1874 con Frascuelo como jefe de lidia y junto a su rival de siempre, Jaqueta, el año en el que expiraba la fugaz Primera República.El toro Rompelindes de Dolores Monge le dio un puntazo en el cuello, por lo que no pudo matar al toro que era de su confirmación. No estuvieron lucidos los dos jóvenes, como tampoco lo estuvo Cineo en la corrida de junio de ese año alternando con Currito, el hijo de Cúchares, y con Frascuelo de nuevo.
Destacó siempre por su elegante toreo de capa, que al parecer había aprendido de Domínguez, hasta el punto de que el comentarista taurino Manuel de la Riva afirmó que “de los toreros antiguos de mi tiempo, éste y Cara Ancha han sido los que más me han satisfecho a mí toreando de capa”. Añadía a su repertorio un fino uso de la muleta y como estoqueador era eficiente con “los toros que se le venían”, pero con aquellos con los que tenía que poner de su parte “variaba la decoración”.
En agosto de 1876 interviene en la Maestranza en una corrida de cuatro toros y dos novillos con Hipólito Sánchez Arjona y un acompañante particular, conocido como El Inglés, Juan O’Hara, que se había ofrecido a matar los novillos sin cobrar, algo que repitió en varios cosos españoles durante dos años. En realidad, era irlandés, oficial del ejército que al ser destinado a Gibraltar se aficionó a la tauromaquia, dejó la carrera militar y recibió clases de Gordito para convertirse en matador de novillos. Al año siguiente regresó a su tierra. James Joyce lo menciona en su obra Ulises. En esa tarde, el corresponsal de El Toreo reconoció la serenidad y aplomo del “simpático diestro”.
Por esas fechas las facultades de Cineo comenzaban a resentirse por la bebida y su afición a las juergas, “célebre por sus esplendideces”, en las que se gastaba el dinero que ganaba, casi al mismo tiempo que iniciaba similar declive su rival Jaqueta, unidos tambiénen su descenso a los infiernos. Ante la merma creciente de oportunidades regresa a la condición de novillero, toreando cada vez menos. Una tarde en Sevilla de octubre de 1882 presentó en su cuadrilla a un joven llamado Manuel García Cuesta, hijo de un espartero de la plaza de la Alfalfa, sobrenombre por el que se haría famoso, y que se convertiría a la postre en su principal bienhechor. Para darle ocasión de que se ganara unos cuartos lo llevaba de vez en cuando como banderillero.
Del buen recuerdo que aún permanecía en la memoria de la afición sevillana es testimonio la voz que salió del tendido el 26 de diciembre de 1886 (fecha que sería improbable hoy) en corrida que protagonizaba El Espartero como único espada. Lo relata el crítico Carrasquilla en su particular estilo: “Se llamaba el tercero Cristalino, y era del mismo pelo y facha que sus hermanos anteriormente citaos. Apenas asomó la jeta po er chiquero comenzó la turba multa á gritá: —¡Que capee Cirineo!”. Según el cronista, lo intentó, pero el toro “no tenía condiciones a propósito”. Más adelante, en la faena al cuarto toro, en la que pone banderillas, se compadece de él: “¡pobretico Cirineo, a lo que ha venío a pará!”
Cuando ya no le llamaban ni para participar en mojigangas, llegó a trabajar como peón de albañil en la casa de El Espartero, que nunca dejó de auxiliarle. Cuando el miura Perdigón segó la vida de Manuel Cuesta en la plaza de Madrid en 1894, subsistió de mala manera ayudado por Algabeño y otros compañeros, hasta que “achacoso y casi ciego” tuvo que ingresar en el Hospicio Provincial de Sevilla, donde “víctima de la miseria y la tristeza” acabarían sus días. Se llegó a comentar que varios matadores de toros habían acordado costear un solemne entierro al infeliz, pero la realidad es que recibió humilde sepultura en el cementerio de San Fernando dos días después.