La apariencia de su aspecto, algo encorvado y de figura redondeada, que daría pie a su apodo desde pequeño, era el disfraz de un auténtico gimnasta. No se trata de una exageración. Cuando el francés Victor Venitien, precursor de la educación física y discípulo en Francia del coronel español Francisco Amorós, abrió el primer gimnasio higiénico contemporáneo en Sevilla a mediados del siglo XIX dedicado al ámbito del espectáculo educativo, Antonio Carmona fue uno de sus distinguidos clientes. Allí se entrenaban los volatines, cuyas demostraciones eran muy populares en plazas y teatros de aquel tiempo, y acróbatas de circo.
Natural del barrio de San Bernardo en Sevilla, como tantos otros toreros de fama, la fecha de su nacimiento es motivo de debate entre los historiadores taurinos, que oscila entre 1834 y 1838. Hijo de un panadero, cuando el negocio familiar se vino abajo sus dos hermanos mayores José y Manuel apostaron por iniciar una carrera taurina como forma de sostén económico. Habían sobrevivido al bombardeo de la ciudad durante la sublevación en 1843 contra el general Espartero, a la sazón regente del Reino de España, poco antes de que partiera hacia el exilio. Su barrio resultó el más castigado, con gran número de muertos y heridos y mucho destrozo.
Antonio Carmona, Gordito, por Teodoro Arámburu. “Anales del toreo” de José Velázquez y Sánchez (Sevilla, 1868). Biblioteca-RMR
Era una salida profesional muy corriente en ese enclave de legendaria tradición taurina. Fueron conocidos como “los Panaderos”. Antonio, como muchos chiquillos, también se dejó llevar por la corriente; se cuenta con algo de posible exageración que a los ocho años se escapaba de casa y ya se atrevía a capear las reses que llegaban al matadero. Mientras sus hermanos se buscaban la vida como peones en alguna cuadrilla o participando en capeas pueblerinas, se especula que el pequeño de los hermanos pudiera acompañarlos en plazas cercanas. En 1851-52 Cossío señala que se apartó momentáneamente del asunto y se puso a trabajar en la fundición de cañones de la Real Fábrica de Artillería, establecimiento aledaño al barrio donde se dice que se fabricó la bala que dejó manco a Nelson en el asedio de Tenerife.
No debió pasar mucho tiempo allí, porque poco después se unió a sus dos hermanos y con doce lidió un becerro en la plaza de Sevilla, aunque estos datos están sujetos a su auténtica fecha de nacimiento. Hacia 1853 aparece contratado por el gitano Francisco Rodríguez Alegría, banderillero emigrado a Portugal que alcanzó notoriedad como empresario de la plaza del Campo de Santa Ana en Lisboa y de una cuadrilla de pegadores portugueses y de indios farpeadores de Brasil (la farpa es una especie de rejón, un poco más larga que una banderilla). Con esta peculiar formación recorrió Portugal, el norte de España (donde Carmona se aficionó a la pelota vasca) y Bayona.
En la temporada siguiente viaja a Lisboa con Manuel Trigo, torero reservado y serio, que había sido peón de Montes y que había asombrado al Chiclanero con las banderillas, en demostraciones insólitas como poner los rehiletes con las manos atadas con un pañuelo. Es posible que esta relación fuera fundamental para la que sería la máxima habilidad de Carmona. Manuel Trigo murió apuñalado un año después durante una reyerta en una taberna, cuando compartía mesa con Desperdicios.
Unido de nuevo a la formación de sus hermanos, al poco inició el amplio repertorio con las banderillas que lo haría célebre, para asombro del público. Como había visto en Portugal, las colocaba al quiebro, a pie quieto y a cuerpo descubierto en el centro del redondel, con los pies juntos sobre un sombrero o en un aro, o con grilletes, con las manos atadas, o sentado en una silla, como lo reflejó Gustave Doré, o con otro peón tumbado entre sus piernas. Citaba al toro, lo veía llegar, insinuaba la salida por un lado, sin moverse, y clavaba las banderillas, en un alarde de precisión y valor que levantaba al público entusiasmado. Una tarde en Sevilla arrancó la moña que llevaba el toro después de quebrarlo y se la ofreció a los duques de Montpensier, que lo citaron luego en su palacio de San Telmo para hacerle un valioso regalo, un estuche de avíos de fumar en oro esmaltado. En la misma plaza y en distintas actuaciones también le hicieron obsequios la emperatriz de Austria e Isabel II. En otra ocasión, el marqués de Salamanca le arrojó dos puros envueltos en billetes de mil pesetas.
Gustavo Doré. Grabado de 1862. L’Espagne. Jean Charles Davillier. Libraire Hachette, París, 1875. Biblioteca-RMR
Fue tanta su notoriedad que en algunos carteles su nombre aparecía en cuerpos de letra superiores a los de sus hermanos, y sus emolumentos eran superiores. En esta compañía familiar recorrió España durante varias temporadas, incluida Ronda, hasta su alternativa en 1862 en Córdoba con su hermano José de padrino, confirmada con Cúchares en Madrid en el 63. Al año siguiente contrajo matrimonio con la hija de un rico panadero, estableciendo así una curiosa continuidad con el gremio de sus orígenes.
Su tauromaquia prolongó la forma bulliciosa, efectista, movida y en ocasiones ventajista que había iniciado Cúchares. Sus quiebros, que le hicieron famoso y que abrieron una versión en el segundo tercio que se sigue practicando, fueron criticados por no pocos. José Dámaso Rodríguez Pepete proclamó que “eso ya no es torear, sino hacer títeres con los toros”. En otros ámbitos de crítica taurina se admitía que eran de mucho lucimiento, pero tenían el inconveniente de que los toros “se quebrantan en exceso y salen descoyuntados”. Su personalidad, dibujada por Velázquez y Sánchez como “extremadamente simpático, de trato cariñoso, amigo de complacer y comedido hasta lo sumo en palabras y obras” fuera de las plazas, contrastaba con cierta insolencia imprudente en el terreno profesional, proclive a litigios con otros compañeros, críticos taurinos y empresarios.
Su rivalidad con El Tato, ídolo de la plaza de Madrid, superior con el estoque y de corte más clásico, le ganó las antipatías del público de la capital, que lo recibía de uñas con orquestación de silbidos y cencerros, hasta el punto de descomponerlo. El periódico El Mengue, en la crónica de una faena suya no se anda con rodeos: “Hizo alarde de cuantas gracias y piruetas caracterizan al consumado payaso de una compañía de titiriteros”. Diestro con la capa y la muleta, sin embargo, obtuvo éxitos importantes que le sirvieron para prolongar su carrera, que declinó cuando comenzó otra rivalidad con una figura emergente que sería capital en el devenir de la fiesta, Rafael Molina Lagartijo, miembro de su cuadrilla durante cuatro años.
Se retiró poco después de sus últimos duelos con Lagartijo en 1880, y aunque tuvo una breve pero insulsa reaparición, pudo disfrutar del capital conseguido llevando una vida plácida en Sevilla hasta su fallecimiento en 1920, cuando era el decano de los toreros.
Bibliografía
Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.
J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).
J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.
Nestor Luján. Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954.
Román Romero, Jose Antonio. De hombres, toros y caballos. http://gestauro.blogspot.com/
Bentura Remacha, Benjamín. Amores y desamores toreros. La vida sentimental en el mundo taurino. Los sabios del toreo. Madrid, 2004.