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Ronda, 5 de noviembre de 2024
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Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (XVII): Manuel Domínguez Desperdicios, el torero aventurero (I)

Manuel Domínguez Desperdiciosvino al mundo en 1816 en la población sevillana de Gelves, a orillas del Guadalquivir.  De modesta procedencia, huérfano de padre a los tres años, el hermano de su madre se hizo cargo de la familia; capellán de las religiosas de la Paz, procuró a Manuel una educación esmerada en sus primeros años como estudiante de segunda enseñanza en la Universidad de Sevilla. Fallecido su tío cuando tenía doce, les dejó en herencia una pequeña finca, y para salir adelante la madre entendió que era conveniente que su hijo se dedicara al oficio de sombrerero, vinculado a la profesión taurina por el clan formado por los toreros Antonio y Luis Ruiz, que llevarían su oficio como alias.

Un jinete andaluz cabalga al frente de un grupo por las asperezas de las Sierras de Ventania, una arruga orográfica al sur de la inmensa planicie de la provincia de Buenos Aires. El siglo XIX se aproxima a su ecuador, durante el gobierno del temido dictador Juan Manuel de Rosas. El jinete se separa del resto y se mueve durante un tiempo por trochas desconocidas para él. Se topa con un grupo de indios cuya identidad no reconoce, pueden ser pampas, borobas, mapuches o ranqueles, cualquiera de la etnias que practican ocasionalmente el temido malón, incursiones repentinas que asaltan con violencia haciendas y fortines, robando ganado y personas, en respuesta al creciente empuje de las poblaciones de colonos que invaden su territorio. Sin perder la calma, el jinete consigue evitarlos hasta encontrar de nuevo a su grupo.

El jinete andaluz es un hombre respetado por su valor seco y extraordinario vigor físico. Se ha ganado a pulso el sobrenombre de Manuel el Bravo, plantando cara a compadritos, matones perdonavidas y provocadores “en las chirlatas, en las pulperías y en todos los zafarranchos de pólvora y cuchillo pampero” como describe Néstor Luján, en un tiempo en que ser español era un inconveniente en pagos criollos. Ha sido capataz de mano firme de gente indómita en varios saladeros y contratado por propietarios de ganaderías para vigilar, al mando de una partida de gauchos, las lindes de sus estancias que bordean territorios de caciques hostiles. Tiene sobradamente demostrados su arrojo y pericia en expediciones para arrebatar caballos a los indígenas, en la caza de reses salvajes con lazo o boleadora y con una habilidad nada común en aquellas tierras, la de matar a pie y con estoque a los ejemplares más fieros. Ese personaje, que bien podría protagonizar una de las narraciones pampeanas de Borges, se llama Manuel Dominguez, de profesión torero.

Manuel Domínguez por Teodoro Arámburu. “Anales del toreo” de José Velázquez y Sánchez (Sevilla, 1868). Biblioteca-RMR.

Por cartas de su puño y letra y por cronistas coetáneos se sabe que vino al mundo en 1816 en la población sevillana de Gelves, a orillas del Guadalquivir. De modesta procedencia, huérfano de padre a los tres años, el hermano de su madre se hizo cargo de la familia; capellán de las religiosas de la Paz, procuró a Manuel una educación esmerada en sus primeros años como estudiante de segunda enseñanza en la Universidad de Sevilla. Fallecido su tío cuando tenía doce, les dejó en herencia una pequeña finca, y para salir adelante la madre entendió que era conveniente que su hijo se dedicara al oficio de sombrerero, vinculado a la profesión taurina por el clan formado por los toreros Antonio y Luis Ruiz, que llevarían su oficio como alias.

Esa afición la experimentó el adolescente Manuel junto a grupos de amigos que salían al campo a torear becerros o colarse en los corrales del matadero para ver a los diestros famosos que allí se ejercitaban. Siempre que podía dejaba el taller y acudía a jugar con el capote. Para continuar con esa inclinación se inscribió como alumno, aunque supernumerario, en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla de Romero y Cándido, creada en 1830. Allí fue señalado por la predilección de Romero, que al ver sus cualidades pronunció la frase que, según una versión de esta leyenda, acabaría ligada a su nombre: “Este muchacho no tiene desperdicio”.

Comenzó su andadura como banderillero de Juan León, con quien acabaría por romper y enemistarse hasta retirarse el saludo. Ambos eran de “genio duro y nada tolerantes”. Pasó entonces como media espada a las cuadrillas de Antonio y Luiz Ruiz, enemigos acérrimos de León por motivos de ideología política, envueltos en la rivalidad nacional que mantenían liberales y absolutistas durante el reinado de Fernando VII. La alternativa se la dieron precisamente León y Luis Rodríguez en Zafra. Quiso seguir por su cuenta, pero el astro Montes tenía oscurecidos a todos, y al no encontrar opciones de destacar como pretendía aceptó unas contratas para torear 28 corridas en Montevideo, en sustitución de Luis Rodríguez, que no se atrevió a embarcar. Reunió una cuadrilla y en 1836 zarpó con su gente de la bahía de Cádiz en la fragata “Eolo”. Otra versión dice que lo hizo por verse envuelto en un episodio sangriento, para escapar de la justicia. En cualquier caso, no podía imaginar a sus veinte años las aventuras que le esperaban en el hemisferio sur.

Si a sus espaldas dejaba un país enredado en la primera guerra carlista, en Montevideo se iba a ver envuelto en el panorama de contiendas civiles que sacudían las nuevas repúblicas en formación. Después de cumplir con 15 corridas del contrato en la plaza de toros que hoy ocupa el mercado de la Abundancia, se produjo la revuelta contra el presidente Manuel Oribe, llamada la “Guerra grande” porque afectó al área del Río de la Plata con participación de Brasil, Francia, Inglaterra, tropas argentinas y partidas de mercenarios extranjeros entre los que se contaba el italiano Giuseppe Garibaldi, que años después unificaría Italia.

Modo de enlazar el ganado vacuno en los campos de Buenos Ayres

Manuel Domínguez, que al parecer tomó partido por el opositor Rivero, que resultó vencido, tuvo que sortear no pocas dificultades hasta que pudo salir para Río de Janeiro, donde se ofreció para intervenir en cuatro corridas organizadas por la coronación del emperador Pedro II de Brasil en julio de 1841, en las que cosechó un “éxito ruidoso y completo”. Animado por el éxito y con su economía mejorada, se animó a embarcar para Buenos Aires con la idea de proponer al gobernador Rosas la promoción de la tauromaquia con varias corridas. La singladura fue peligrosa y el barco, a punto de naufragar, llegó a puerto desarbolado y sin timón.

Una vez en la capital argentina, su proyecto no encontró apoyo y tuvo que sobrevivir en los escenarios más duros y bizarros. Cansado de correrías, después de trabajar en los menesteres descritos, como un gaucho español a lo Martín Fierro o Segundo Sombra, se instalaría en Buenos Aires para traficar mercancías con carros en los muelles. Hasta que en 1852 se ve obligado a tomar las armas de nuevo en la revolución contra Rosas, que pone fin a la dictadura con la batalla de Caseros y en la que Manuel es hecho prisionero. Antes de ser degollado o pasado por las armas, práctica habitual con los vencidos en aquellas luchas fratricidas, consigue escapar de noche con otros fugitivos hasta encontrar fuerzas aliadas. Un mes mas tarde llega a Montevideo y logra embarcar en la fragata “Amalia” de regreso a Cádiz, dejando atrás dieciséis largos años de aventuras y desventuras americanas.

Bibliografía

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J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

Rivas, Natalio. La Escuela de Tauromaquia de Sevilla y otras curiosidades taurinas. Ed. libr San Martin, 1939.

J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.

Antonio García-Baquero. Razón de la tauromaquia. Obra taurina completa. (Pedro Romero de Solís, coord). Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Fundación de Estudios Taurinos, Universidad de Sevilla, 2008.

Nestor Luján. Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954.

N. Rivas Santiago. Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Aguilar,  Madrid, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987).

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