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· DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·

Ronda, 19 de abril de 2024
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Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (VIII). Juan Jiménez “El Morenillo”, el torero ambidiestro

Torero formado, como otros primeros espadas de su época, a la sombra del gentil Curro Guillén que perdería la vida en la arena de Ronda. Sobre la fecha de nacimiento de Juan Jiménez discrepan los historiadores con una diferencia de diez años, aunque los estudios más recientes dan por válida la de 1783 en Sevilla. Ese año, en la recta final del reinado de Carlos III, se firmaba la Paz de Versalles que reconocía la independencia de Estados Unidos.

Torero formado, como otros primeros espadas de su época, a la sombra del gentil Curro Guillén, que perdería la vida en la arena de Ronda. Sobre la fecha de nacimiento de Juan Jiménez discrepan los historiadores con una diferencia de diez años, aunque los estudios más recientes dan por válida la de 1783 en Sevilla. Ese año, en la recta final del reinado de Carlos III, se firmaba la Paz de Versalles que reconocía la independencia de Estados Unidos.

Coinciden los biógrafos en que a los seis años quedó huérfano de padre y madre, cuando había aprendido a leer y escribir, lo que apunta a que era de natural despierto. Quedó a cargo de una tía, que procuró enseguida formarle en un oficio para que contribuyera lo más pronto posible a la economía familiar. El chiquillo pasó poco tiempo por el taller de zapatero, prefería merodear por la Puerta de la Carne, y más concretamente por el matadero del cercano arrabal de San Bernardo. Siempre se reúne en aquel llano un buen número de gente que agitando sus capas y con agudos silbidos logran con frecuencia dispersar la piara y separar a la res más brava para divertirse con ella. El matadero está tan admitido como escuela de tauromaquia que se le da el apodo de Colegio”, escribe Blanco White en sus Cartas desde España.

Juan Giménez (el Morenillo). “Historia del toreo y de las principales ganaderías de España” de Fernando García de Bedoya (Madrid, 1850). Biblioteca-RMR

El chico se escapó de su pariente y se trasladó a vivir al taurino barrio, se desconoce en qué circunstancias, pero aprovechando cualquier ocasión para capear reses, cada vez de mayor tamaño. Sus buenas trazas de niño adelantado llamaron la atención de Guillén, que como otros maestros acudía a los corrales del matadero. Lo recogió, por así decirlo, en su cuadrilla, como hizo también con Juan León y Antonio Ruiz El Sombrerero. Siempre dispuesto a ayudar a los menores que prometían, Guillén fue quien lo convirtió en ambidiestro, ya que el chaval era zurdo, y por el color de su piel le pusieron el mote que lo acompañaría siempre. Cuentan que debido a su precocidad le dejaban matar un becerro en las corridas contratadas por Guillén, por lo que cobraba un salario especial. Y cuando el maestro se lo llevó a su exilio en Portugal durante la Guerra de la Independencia, allí se soltó de tal manera que los empresarios lo incluían como atracción del cartel para estoquear reses de mayor edad, bajo la vigilancia de su protector.

Debía haber despuntado el carácter engallado que le adjudican, ya que al cabo de cuatro años decidió desligarse de Guillén para disgusto de éste y regresar a España, donde el francés José I había levantado nada más llegar la prohibición de las corridas de toros que implantara Carlos IV en 1805, y además las fomentaba. Se unió entonces a un matador ya veterano, Manuel Correa, que se aprovechó de él en plazas menores de la provincia de Sevilla, cuando el campo estaba esquilmado por la guerra y donde imperaba el desorden popular de la resistencia contra el francés.

Finalizada la contienda, en 1815 se presenta en Sevilla acompañando al prestigioso Jerónimo José Cándido como banderillero y media espada, y con el que pasados los años alternaría en Ronda en las ferias de mayo de 1821 y 1822. Esa influencia le vendría muy bien para pulir sus facultades lidiadoras y afinar en la suerte suprema; después se desplazó a Madrid con el gitano Juan Núñez Sentimientos, controvertido personaje al que tuvo que sustituir durante unos festejos organizados en fechas de carnaval. Volvió a actuar en diferentes plazas con Guillén a su regreso a España, que había recuperado a Juan León como su preferido; en esas ocasiones surgiría entre ambos discípulos una enconada hostilidad. Más tarde se unió a la cuadrilla de Francisco Hernández El Bolero, un oscuro torero con el que también acabó en disputa de protagonismos. En 1819 decidió que no volvería a encuadrarse en la cuadrilla de nadie más y no figuraría en los carteles detrás de quien no fueran sus maestros, Guillén y Cándido, a los que siempre guardó respeto.

La muerte de Guillén en 1820 conmocionó a España, pero le abriría a Jiménez el panorama como primer espada, al igual que a sus antiguos compañeros, Juan León y Antonio Ruiz. Esta trilogía de toreros principales, rivales acérrimos que no aportaron nada significativo, sostuvo sin embargo la fiesta de los toros durante un período considerado de decadencia, que no podía ser ajena a las perturbaciones sociales que sacudieron la década, etapa de atonía artística de la tauromaquia que se iluminaría con la rutilante aparición en escena de Francisco Montes Paquiro. Y sería precisamente El Morenillo quien le daría la alternativa al nuevo astro el 18 de abril de 1831 en Madrid.

Fiesta real de toros en la Plaza Mayor. José Rubio de Villegas, óleo sobre lienzo, 1846. Museo de Historia de Madrid

“Sereno de espíritu, duro de corazón, delgado de cuerpo y de una elasticidad muscular envidiable”, basando su carrera en un valor tranquilo, con la particularidad añadida de que podía lidiar y entrar a matar con ambas manos, sufrió no pocos percances. Mermado de facultades, pero siempre suspicaz y terco en ese punto, impuso siempre ser cabeza de cartel sin ceder ante la generación de grandes diestros que venían arreando. Así figura como jefe de la primera cuadrilla de toreros en las funciones reales de toros celebradas durante tres días de 1846, con motivo del doble casamiento de la Reina Doña Isabel II y su hermana Doña Luisa Fernanda. Fue la última vez que se corrieron toros en la plaza mayor de Madrid, llamada de la Constitución. El programa incluía, junto a corridas en la que alternaban unos toreros con otros, la participación de nobles caballeros rejoneadores auxiliados por el propio Jiménez, Montes, José Redondo El Chiclanero, Cúchares o Juan León, que hacían las veces de los peones de antaño en recreaciones de un toreo caballeresco extinto.

Poco después se retiraba, para invertir sus ahorros en un modesto negocio de tablajero y vendedor de chacina. No le salió bien y tuvo que regresar a los ruedos en los primeros años de la década de los cincuenta, cuando ya era casi septuagenario. Imposibilitado ya, desde 1854 se mantuvo con un despacho de reventa de pan en el portal de su casa de la plaza de Santo Domingo de Madrid. Debieron servir de bálsamo a su carácter retraído y desconfiado las visitas que le hacían todos los toreros famosos, y la cariñosa deferencia y auxilio que le brindaron hasta el día de su muerte, en 1866. Cúchares y El Tato pagaron su lápida funeraria.

Bibliografía

J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

Nestor Luján. Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954.

Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.

N. Rivas Santiago. Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987).

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