Si se puede decir de alguien que su destino está escrito desde antes de nacer, el caso de Cúchares parece confirmarlo. Sangre torera de cuatro generaciones de familiares de mayor o menor éxito circulaba por sus venas, emparentado con figuras como Costillares y Curro Guillén, hermano de su madre, aquel que terminaría su vida en la arena de Ronda en 1820.
Nacido en Madrid el 20 de mayo de 1818, la familia se trasladó muy pronto a Sevilla, patria chica de toda su familia. Su padre, Manuel Arjona Costura, banderillero de prestigio, torero sin fortuna ya retirado, se hizo cargo de la distribución de carnes en el matadero sevillano hasta su fallecimiento, cuando su hijo tenía diez años. El sustituto del padre lo contrató de peón muy mal pagado, pero al abrirse la Escuela de Tauromaquia de Sevilla en 1831 bajo la dirección de los legendarios Pedro Romero y Jerónimo José Cándido, su madre solicitó al entonces Asistente Arjona el ingreso de su hijo como alumno, plaza remunerada que le fue concedida por ser quien era. Fue así que con doce años dejó una escuela, la del matadero, por otra mucho más especializada.
Los maestros lo tuvieron siempre como discípulo predilecto (salvando a Montes, que estuvo muy poco). Romero se refería a él con el apodo del padre. No se sabe el origen del que le haría popular, Cúchares. En una carta dirigida en febrero de 1831 al protector de la Escuela, el conde de la Estrella, después de protestar por las reses “endebles y flacas” que le mandaban para sus clases, Romero escribe: “Hay un chiquillo, llamado Costura, que es madrileño (…) que en saliendo novillos de año y medio a dos años lo mando viajar, toma la capa y los torea muy bien”, ponderando que pone las banderillas con mucha gracia, lo mismo a una mano que a la otra. “La gente siempre está deseando que salga Costura”, concluye. En otra carta siguiente lo vuelve a destacar: “Tocante a Manuel Arjona (a) Costura, cada vez va adelantando más, pues hace cosas increíbles, en su corta edad, que es de doce años, y su estatura pequeña pero es muy mañoso”.
Francisco Arjona Guillén (Cúchares). Dibujo y litografía de Miranda. “Historia del toreo y de las principales ganaderías de España” de Fernando García de Bedoya (Madrid, 1850). Biblioteca-RMR
En una corrida de julio de 1833 en la Maestranza sevillana a beneficio del Buen Pastor, tres meses antes de que falleciera Fernando VII, se anunció en los carteles: “Para mayor diversión del público, después del cuarto toro se soltará un becerro eral, que banderilleará y estoqueará Francisco Arjona Cúchares, de edad de quince años, alumno de la escuela de tauromaquia de esta ciudad”. El éxito le ganó aún más la estima y simpatía que despertaba, y un caballero principal de la ciudad le obsequió con un capote de seda y un verduguillo con el pomo y cruz de plata.
La Escuela fue efímera y de irregular funcionamiento debido a circunstancias diversas, de modo que el joven aprendiz se quedó sin nadie que le siguiera enseñando los arcanos de su vocación irrenunciable. Al cerrar la institución se le buscó en el matadero un puesto de repartidor de carne en las tablas bajas. Tenía 16 años. Es cuando surge entonces la figura de Juan León, tan unido a su tío carnal Curro Guillén y amigo de la familia, para hacerse cargo del chaval y devolver así lo mucho que había hecho por él su maestro.
No le escatimó atenciones y cuidados, llevándolo consigo por plazas andaluzas y extremeñas, integrando al benjamín en su cuadrilla, permitiéndole todo y que obrara a su antojo, al mismo nivel que sus banderilleros (si se exceptúa al disoluto Juan Pastor el Barbero, del que ya nos ocupamos en esta galería), concediéndole oportunidades para que fuera creciendo un torero “de escasa estatura, ágil, desenvuelto, mañoso, oportuno, familiarizado con todos los avatares de la lidia”. Mientras tanto, el solar hispano se precipitaba en la sangrienta primera guerra carlista.
Más tarde, disgustados por el trato de favor a Pastor que consideraban injusto, otro banderillero, Juan Yust, futuro torero de relieve, y Cúchares no dudan en comunicarle al jefe su queja. León no se molesta, hace gala de su manga ancha y les procura unas corridas en Cádiz y les ajusta contratos en otras plazas para que alternen por su cuenta cuando no los necesita. El veinteañero Arjona se destaca porque era diferente a todos y sólo seguía las enseñanzas de León, de modo que se manifestó rápida su destreza y su habilidad, consecuencia de un método sólido de aprendizaje, sobresaliendo su uso de la muleta en la preparación de la suerte suprema que ejecutaba mayormente a volapié. También se manifestaba ya su caprichosa personalidad.
Francisco Arjona “Cúchares”. “La Lidia”, año II, nº 6, 23 de abril de 1883. Biblioteca-RMR
La década de los cuarenta es la de su eclosión, que comienza con el final de la contienda civil, el exilio de la regente María Cristina y el gobierno del general Espartero. En 1841 recorre España con Juan León. Se presenta en Madrid como media espada junto a Pastor y al año siguiente, el de su consagración, ya lo hace como primer espada. En 1845 cubre la temporada madrileña junto a su maestro y el que será su encarnizado rival, José Redondo el Chiclanero. Surgen los primeros piques, que se precipitarán en 1846 por un incidente muy comentado.
Estaba Redondo contratado para varias corridas de Madrid y se había anunciado que Montes participaría en alguna de las anunciadas, el único diestro ante el que el de Chiclana daba un paso atrás, pero una cogida le había impedido acudir a la capital. Se aprovechó que Cúchares regresaba de torear en Valladolid para contratarlo inmediatamente. A Redondo no le pareció mal, pero se suscitó una cuestión no poco importante. Redondo tenía contrato como primer espada, pero Cúchares tenía una alternativa más antigua. ¿Quién debía entonces tener el privilegio de matar el primer toro? El empresario no supo aclarar el asunto, de modo que Redondo subió a la presidencia, ocupada por el duque de Veragua, que por no ofender a ninguno dispuso que Redondo le dedicara el toro a su compañero y se hiciera cargo. Esto a Cúchares no le satisfizo, así que cuando llegó la hora ambos cogieron muleta y estoque y se precipitaron para dar cuenta de Herrero, un morlaco negro de la ganadería de Cabrera que había tomado 12 varas y cuatro pares de banderillas durante una lidia sin incidentes.
Lo que sucedió a continuación no dejó de ser bochornoso. Cúchares dio el primer pinchazo, sin casi preparación, y no aceptó la llamada de presidencia; mientras Redondo trasteaba y se disponía a matar, volvió el sevillano de adopción a meter su muleta para distraerlo y asestarle un bajonazo. Una vez vestido de paisano, fue conducido a la cárcel y se le dejó libre esa misma noche bajo promesa de pedir perdón a su compañero de profesión y por su desacato a la presidencia, a la que muchos aficionados culparon de lo sucedido. Fue el comienzo de uno de los duelos más relevantes de la historia de la fiesta.
Bibliografía
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