· ARTÍCULO ·
· BIBLIOTECA DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·
· SEPTIEMBRE 2017 ·
· FONDO GENEALOGÍA Y HERÁLDICA ·
Francisco Fernández de Béthencourt (Arrecife, 1851-Madrid, 1916) fue un político, historiador, genealogista, escritor, periodista y académico de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia, entre otras.
Retrato que figura en su obra «Príncipes y caballeros» (1913)
Licenciado en Derecho, fue diputado a Cortes así como senador en representación de Canarias. Durante algunas etapas de su vida, estuvo ligado a la práctica del periodismo, fundando y dirigiendo algunas cabeceras de corto recorrido, así como colaborando frecuentemente con la prensa canaria y nacional.
Su actividad principal fue la investigación histórica, centrándose en los estudios genealógicos y heráldicos, contribuyendo a recuperar el valor historiográfico de estas materias, junto a otros autores coetáneos. Algunos especialistas lo consideran el fundador de la historia genealógica moderna en España.
Cabecera de la ‘Revista’
Con motivo de su fallecimiento, la «Revista de Historia y de Genealogía Española» le dedicó varias páginas en su número de 15 de abril de 1916. Entre las reseñas recogidas se encuentra la realizada por el rondeño Juan Pérez de Guzmán y Gallo (Ronda, 1841-Madrid, 1928), secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia, y que, por su interés, a continuación transcribimos.
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«La pérdida del ilustre escritor académico Excmo. Sr. D. Francisco Fernández de Béthencourt afecta dolorosamente á cuantos nos consagramos al ramo de la Historia patria, que constituye la ciencia del Blasón y encierra el archivo de toda nuestra Genealogía Histórica. Cuantos de esta especialidad de la Historia escribimos, cuantos nos hemos formado en su estudio y cultivo, le considerábamos como nuestro maestro; y en realidad, merecía tal nombre el que, limpiando la Genealogía y la Heráldica de las sofisticaciones en que traían tan remota herencia, que parecía casi imposible desterrarlas, elevando la crítica á las más puras cimas de la verdad y de la realidad, proclamando por base regeneradora de tan difíciles estudios la fe y la testificación exclusiva del documento, ha impreso en nuestro país un rumbo nuevo á estos estudios y hecho más firmes los fundamentos en que se asientan. Por esto su pérdida se hace más sensible y abarca el dolor que produce no sólo á los que con él estábamos en la intimidad de antiguas y amistosas relaciones, sino á cuantos se interesan por el útil progreso de lo que en la ciencia histórica la Genealogía y la Heráldica representan.
El Boletín de la Real Academia de la Historia, al dar cuenta, en su número del mes corriente de Abril, del fallecimiento de su digno miembro y censor el Sr. Fernández de Béthencourt, aunque limitándose á reseñar lo que puede llamarse su mera biografía académica, nos suministra datos interesantes de su laboriosa vida. Nacido en Arrecife de Lanzarote (Canarias) el 27 de Julio de 1851, en su propio país natal hizo sus primeros estudios y despertó sus primeras inclinaciones hacia la ciencia que había de ser la gloriosa ocupación intelectual de toda su vida. Allí publicó sus primeros ensayos, en que desplegó todas sus facultades de investigador y toda su seguridad en la crítica, al dar á la estampa su Nobiliario y Blasón de Canarias, que puede decirse completó después con su Diccionario histórico, biográfico, genealógico y heráldico de la misma provincia, en cuyas obras, con el homenaje de amor tributado á la tierra que le dió vida, descolló ya la superioridad que presentía en el género de literatura á que se consagraba. Joven, muy joven era cuando por estas obras daba su nombre á conocer en el mundo de las letras y á recomendarse á la estimación distinguida con que las islas Afortunadas le declararon siempre hijo de predilección; pero aun en edad tan juvenil, y sin otros títulos que aquellos dos meritorios ensayos, ya recibió las primeras recompensas que más podían hala-» [sigue]
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«garle, pues en Madrid, en la capital de la Monarquía, resonando el mérito de aquellas dos obras, ya fueron base para que en Abril de 1879 la Real Academia de la Historia, á propuesta de los Sres. D. Pedro Sabáu, D. Vicente de Lafuente y D. Juan Facundo Riaño, le propusieran para Correspondiente, siendo elegido, en efecto, el día 12 de dicho mes.
Este título de honor equivalía á un verdadero llamamiento, al que Fernández de Béthencourt no tardó en responder con su presencia en Madrid. En el Nobiliario y Blasón de Canarias se había ocupado desde 1878 hasta 1887; pero desde su llegada á esta capital en 1880 comenzó á publicar otro Anuario de la Nobleza de España, del que en diez años, hasta 1890, publicó once tomos, y aunque con esta publicación prestó un gran servicio á las elevadas clases que en la descripción de sus familias comprendía y á la intimidad de las relaciones sociales que este género de publicaciones facilita, la dilatación que ya hubo de practicar en sus estudios para purificar y condensar las noticias que el Anuario demandaba, abrióle ampliamente el campo para empresa de otra magnitud que, aunque hubiese estado halagada en su mente de mucho tiempo atrás, era difícil acometerla hasta tomarla bien el pulso en el yunque de sus investigaciones.
El material que los escritores heráldicos nos dejaron acumulado desde los siglos medios, más que en las obras que tenemos impresas en el sinnúmero de repletos archivos que existen en la Biblioteca de la Casa Real, en la Nacional, en la Academia de la Historia, en los archivos particulares de los Grandes de España y títulos de Castilla, en los de los Reyes de Armas, en los de las Órdenes militares y en los de todos los Cuerpos é Instituciones de vario carácter, donde toda clase de aspirantes, hasta el segundo tercio del siglo antecedente, tenían necesidad de hacer pruebas documentadas de nobleza; es tan inmenso, que miedo debía infundir el intentar manejarlo sin haber verificado en ellos inteligentes tanteos, y sin haber trazado un método eficaz para la investigación y una suma bien coordinada de reglas para su crítica. Inútil era apelar á las enseñanzas que nos dejaran los pocos que, como Salazar de Castro, pudo en los trabajos que desempeñó iniciar ya un sistema que tantos aplausos ha merecido y tanta autoridad ha dado á sus obras y á su nombre. El mismo Salazar y Castro no había tenido que difundir su atención á la innúmera multitud de fondos, antes ocultos, que las desamortizaciones del siglo pasado en la Iglesia, en las casas tituladas, en los institutos militares, en los institutos jurídicos, y en otras mil dependencias, han hecho salir al palenque de la exploración y del estudio. El de la ciencia de la Genealogía y de la Heráldica se abrió á un nuevo mundo, y en el obscuro océano que para llegar á él estos he-» [sigue]
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«chos ofrecían, era en el que tenía que dirigir sus naves el que, como Fernández de Béthencourt, se propusiera plantar en su costa arenosa la Cruz y la enseña de la regeneración.
Esta Cruz y esta enseña Fernández de Béthencourt, en efecto, las enarboló audaz y gloriosamente en 1897 al dar á luz el primer volumen de su Historia genealógica y heráldica de la Monarquía Española. Su mera ‘Introducción’ revela cuán sólidamente había dispuesto su mente para la alta labor á que se lanzaba, y cuán acertadamente, haciendo la crítica profunda de sus antecesores, desde Fernán Pérez de Guzmán, Señor de Batres, en sus Generaciones y Semblanzas, en el siglo XV, hasta los regeneradores del siglo XVI, Pedro Jerónimo de Aporte, Fray Prudencio de Sandoval, Pedro Salazar de Mendoza, Gonzalo Argote de Molina, Jerónimo de Zurita y Esteban de Garibay, dilatándose después en la memoria de Alonso López de Haro, D. José Pellicer de Osáu y el ya citado D. Luis de Salazar y Castro; entraba en un orden más compacto de regularización en el conocimiento y en la apreciación de las cosas, de modo que, haciendo pasar su crítica por un más estrecho tamiz que todos los citados, la Historia apareciese más esclarecida, la documentación, más selecta, y la individualización de los personajes y la generación de las descendencias, más correctas y más ilustradas, á fin de que ningún título de verdadero honor pasase desapercibido ó indenominado.
Como era natural, todo el primer volumen de la Historia genealógica y heráldica lo ocupó nuestra Casa Real en su origen y prerrogativas, en todos los grados de sus agrupaciones y bifurcaciones, y en todos los rangos de sus jerarquías sucesivas, y ya esta parte de la obra quedó bajo su pluma, á pesar de su extraordinaria complejidad en tan definitiva resolución, que en lo sucesivo ningún problema que se plantee en cualquiera de sus infinitos términos, dejará de encontrar en su texto la luz clara, meridiana, que lo aclare y lo resuelva; es decir, el tomo I de la Historia genealógica y heráldica, de Fernández de Béthencourt, se constituye en el archivo abierto, pero definitivo, para toda consulta y para toda sentencia en cuanto atañe á la materia de que trata.
El mismo criterio puso en los ocho siguientes, únicos á que la vida y el sano vigor de su salud pudieron dar cima; porque, evidentemente, una obra de este género no da una vida entera fuerza bastante para superarla toda. Bien quisiéramos poder resumir el contenido de cada uno de los ocho tomos publicados; pero se necesitaría de un espacio muchísimo mayor que el que pueden prestar los límites de una Revista.
La Época, en su número del día 3 de Abril, resumía así, en breves pa-» [sigue]
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«labras, el acertado concepto de lo que la Historia genealógica y heráldica, de Fernández de Béthencourt, representa y es en realidad: “Es, ‘dice’ una obra verdaderamente monumental, de alta importancia histórica, indispensable para la consulta de cuantos se dediquen á estudios de esta naturaleza.” A nosotros nos parece más; nos parece, en lo que abarca, una obra definitiva, por la cual el nombre de Fernández de Béthencourt quedará á la posteridad, al menos, con el mismo realce y con la misma autoridad del de Zurita y del de Salazar y Castro, á los que, si no supera, iguala.»
Juan Pérez de Guzmán.
De la R. A. de la Historia.