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· DE LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERÍA DE RONDA ·

Ronda, 29th March 2024 06:21
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Toreros históricos en la Plaza de Toros de Ronda (XXXI). Roque Miranda «Rigores», el torero miliciano (II)

En el capítulo anterior dejamos a Roque Miranda como escolta de la custodia de Fernando VII, retirado el gobierno liberal en Cádiz ante el avance de las tropas francesas de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis liderados por el duque de Angulema y del ejército realista.

En el capítulo anterior dejamos a Roque Miranda como escolta de la custodia de Fernando VII, retirado el gobierno liberal en Cádiz ante el avance de las tropas francesas de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis liderados por el duque de Angulema y del ejército realista. En agosto comenzó el asedio, y el día 31 tuvo lugar la batalla del fuerte del Trocadero, bastión que protegía el acceso a la ciudad. Fue un ataque a la bayoneta, sorpresivo, que los 1.700 defensores de la guarnición no pudieron resistir ante una fuerza de 30.000 asaltantes. Esta “hazaña” sirvió para dar nombre a la famosa plaza de París. En ese enclave se instalaron baterías que bombarderaron Cádiz durante tres semanas. La plaza no fue conquistada, pero Fernando VII fue liberado y salió de la ciudad en una barcaza para reunirse en El Puerto de Santa María con el duque francés.

Comenzaba de esta forma la Década Ominosa y la persecusión de los liberales. Roque Miranda se retiró a la localidad madrileña de Pinto, evitando de esa manera aparecer donde su significación política le pudiera traer problemas por los partidarios realistas. No le fue fácil la vuelta a su profesión. Algunos de sus biógrafos señalan que no pudo hacerlo hasta 1828 por una prohibición expresa, pero Cossío documenta que justo un año después de su aventura gaditana intervino en la feria de San Fermín en Pamplona, donde recibe una pobre calificación: “Aprendiz completo, malísimo, arriesgado”.

Toros en Pinto. Daniel Urrabieta Vierge. Óleo sobre tabla. Finales del siglo XIX. Musée d’Orsay, París.

Al parecer no existió esa prohibición de forma oficial, y sus escasas apariciones en los ruedos tenían más que ver con su prudencia. Hacia 1826 comienza a dejarse ver por plazas de Castilla y después por Aragón. En 1828 ya se atreve a intentarlo en la capital, pero solo tras una gestión de su esposa, que como sus padres estaba vinculada a la servidumbre regia. Por su mediación se consigue una Real Orden otorgándole permiso para que pueda ejercer su oficio en la plaza de Madrid. El ambiente político en los tendidos se había apaciaguado por entonces, y en octubre pudo salir a la plaza junto a tres sevillanos, los Sombrereros Antonio y Luis Ruiz, señalados absolutistas, y Manuel Parra, amigo de Juan León, el otro torero liberal.

Su carrera taurina no fue gloriosa, ya que sus virtudes no eran muchas por falta de fundamentos. Sin ser cobarde, le faltaba el valor que da el conocimiento de las reses por falta de práctica. Ejecutaba todas las suertes, destacando en banderillas, hasta el punto de que Galdós, en una de sus escasas referencias al mundo de los toros lo menciona a través de un personaje en su episodio nacional Mendizábal: “gran banderillero, capaz de poner pares en los cuernos de la luna”. En la dirección de la lidia se notaban sus deficiencias, no eran atinadas sus órdenes. “Siendo un buen torero, no era oportuno”, según Bedoya.

Numerosos testimonios lo señalan como una persona que se hacía querer y que todos respetaban. Sánchez de Neira, citado por Cossío, llegó a tratarlo y escribió una semblanza en un número de Sol y Sombra: “Hijo del pueblo y entre el pueblo educado, con gran partido entre las manolas (…) amigo de todos y rumboso hasta el extremo de no tener nada suyo; servía con desinterés, alternaba con gentes altas y bajas, y su nombre corría de boca en boca como el prototipo del hijo de Madrid, alegre, dicharachero, valiente y dispuesto en cualquier ocasión a jugar su vida y su fortuna en favor de sus semejantes”. El dibujo de un hombre cabal.

De alguna manera, y en un período de atonía de la fiesta, llenó junto a los dos Sombrereros, Juan Jiménez el Morenillo y Juan León el espacio que hay entre la muerte en Ronda de Curro Guillén en 1820 y la eclosión de Francisco Montes. Cuando entre la afición la mayoría liberal se imponía, se ajustó a acompañar al genio de Chiclana para protegerlo ante el rumor incierto de que Montes había sido simpatizante de la causa realista. En 1838 le cedió su antigüedad en la plaza de Madrid, debido en parte a las exigencias del astro, que solo se inclinaba ante el bravo Juan León. Miranda lo admitió con elegancia: “Vale más que cualquier torero que haya conocido, y a él u otro que valga más que yo es mi deber cederle el puesto”.

Ya por entonces su trayectoria había entrado en plena decadencia, desajustado, con sobrepeso. En 1840, con el exilio de la reina regente María Cristina y el gobierno de Espartero, atendiendo a su contribución a la causa liberal le concedieron el cargo de administrador del Matadero, un puesto en el que podía retirarse a vivir con desahogo. Sorpresivamente decide volver a los ruedos dos años después. Esa temporada no se pudo contratar a Montes y Miranda quedaba como primer espada, pero reclamó que se llamara para esa responsabilidad al prometedor y malogrado Juan Yust, al que volvió a ceder su antigüedad admitiendo que no se encontraba en condiciones de ser director de la lidia.

En junio, toreando con Cúchares, un toro de Veragua de nombre Bravío le dio tres cornadas que lo dejaron en estado gravísimo durante semanas. En su reaparición en octubre, alternando con Montes y el Chiclanero, se le agravaron las heridas, mal cerradas. A pesar de las tres operaciones que se le practicaron no consiguió recuperarse para fallecer en febrero de 1843. Tenía 44 años.

Bibliografía

J. M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.

Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.

J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).

Gómez de Bedoya. Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. Publicado por Egartorre Libros, Madrid, 1989.

N. Rivas Santiago. Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987).

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