El 20 de mayo de 1852 tomaba la alternativa en Ronda un torero madrileño junto a los gaditanos Francisco Ezpeleta y Manuel Díaz Lavi, veteranos diestros en el ocaso de sus carreras. Ese doctorado no sería reconocido por torear novillos después, y Gonzalo Mora tuvo que ratificarla posteriormente. En su obra El Toreo, el que fuera director de la revista La Lidia José Sánchez de Neira comienza la semblanza que le dedica diciendo que “era el tipo que marca una época del torero de este siglo”. Se refería más bien a sus “hechuras”, más allá de sus cualidades en las plazas: echao pa lante, amable con todos, generoso, requebrador de niñas y galanteador de mozas de rumbo, jacarandoso en el baile, derechito, con gracia y bien vestido.
Su gusto por el atuendo que se haría proverbial le vino de cuna, hijo de un sastre del Puerto de Santa María afincado en la capital, taller frecuentado por muchos toreros. Nacido en 1827, de ese contacto le vendría pronto a Gonzalo la afición, desdeñando seguir con el oficio familiar. Resignado el padre, que también había hecho sus pinitos, se lo encomendó a Pedro Sánchez Noteveas, torero sevillano de escaso mérito que actuaba con frecuencia en Madrid, con el que aprendió sus primeras lecciones como peón de su cuadrilla, estoqueando algún toro.
Cuando actúa en Ronda tiene 25 años, se foguea en varias plazas y en algunas comparte cartel con el que sería su modelo a seguir, más en su forma de ser que como maestro de virtudes taurinas, el bullicioso, desprendido, exhibicionista y buscarruidos Juan Pastor el Barbero, que lo lleva a La Habana en 1853 como segundo de su cuadrilla. Se cuenta que debió hacerlo con éxito, porque toreó más de cuarenta corridas en un solo año.
Gonzalo Mora, por Daniel Perea. “La lidia: revista taurina”. Año 11, n. 22, 12 de septiembre de 1892. Biblioteca-RMR
A su vuelta participa en la corrida organizada por Cúchares por las víctimas de los sucesos de julio de 1854, rebelión popular y pronunciamiento militar dirigido por O’Donnell que se conoce como la Vicalvarada por iniciarse en la población madrileña de Vicálvaro, que pondría fin a la década moderada para abrir el bienio progresista. Mora era de ideas liberales, y formó parte de la milicia nacional en aquellos tiempos revueltos. De su carácter da buena prueba que siempre se prestó a colaborar en festejos benéficos de algún tipo.
Un mes después, acompañó como segundo a Cayetano Sanz en Bayona, para celebrar la primera corrida en Francia que incluía la muerte del toro en la plaza, bajo la presidencia de Napoleón III y su esposa, la emperatriz Eugenia de Montijo. Intervino en varias plazas españolas con decoro, aunque sus virtudes como maestro no eran muchas. Sus problemas con toros serios acentuaban su irregularidad, “hoy temerario y huido mañana, y en la misma función ambas cosas muchas veces”, según Velázquez y Sánchez. En 1856 recibió la alternativa oficial en Madrid, con Pepete y El Tato. En los años siguientes no consiguió ganarse un lugar destacado entre tantos toreros como había, y en 1868 marcha a Perú junto a Julián Casas el Salamanquino y Manuel Hermosilla, torero de Sanlúcar de Barrameda que era habitual en plazas de Cuba y México.
A su regreso encuentra contratas en El Havre, una vez aprobadas las corridas en Francia, y allí se dice que ganó gran popularidad, debida mayormente a que su figura chulapona, siempre atildado, y su personalidad reunían para el público francés las características del tipo de torero romántico, como lo había sido El Barbero, el espejo en el que se miraba.
Hacia 1870 en España se le había acabado el crédito y no toreaba más que en festejos benéficos, para los que siempre estaba predispuesto. No tuvo grandes percances en su larga carrera, destacando una cogida en la ingle al saltar vestido de calle al ruedo de Madrid para matar un toro con el que no podían los toreros contratados. En 1879 interviene en las corridas reales por los esponsales de Alfonso XII con María Cristina de Austria. Cumplió su cometido, vistiendo de café y plata y carmesí y plata en los dos días que intervino. A partir de ahí estiró lo que pudo su carrera, “con menos alientos ya / que una débil alma en pena, / anda en la taurina arena / como un huésped que se va”, según unos versos publicados en La Lidia en 1884, preámbulo de un período de estrecheces económicas, privaciones y mala salud que llevaron a Frascuelo a organizar una novillada en su socorro.
Retirado en el pueblo de Colmenar del Arroyo, falleció en 1892.
Bibliografía
J.M. Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III. Espasa Calpe, Madrid, 1943.
J. Velázquez y Sánchez. Anales del toreo. Imprenta y ed. Juan Moyano, Sevilla, 1868.
J. Sánchez de Neira. El Toreo. Gran diccionario tauromáquico. Imprenta de Miguel Guijarro, Madrid, 1879 (Turner, Madrid, 1988).
N. Luján. Historia del toreo. Ediciones Destino, Barcelona, 1954.
Almanaque taurino, La Lidia. Madrid, 1884.